Tendencias lectoras

Fotografía: Felipe Pelaquim

David Santiago Tovilla
Revista 10. Número 307

Mario Vargas Llosa ha sido uno de los más enfáticos defensores del libro de papel. Ha reiterado que no se trata sólo de un tema de forma. Asegura que, conlleva al fondo. En 2013, en el marco del VI Congreso Internacional de la Lengua Española, el escritor peruano declaró a la agencia DPA: "Estoy convencido de que la literatura que se escriba exclusivamente para las pantallas será mucho más superficial, de puro entretenimiento, conformista. El espíritu crítico, que ha sido algo que ha resultado sobre todo de las ideas contenidas en los libros de papel, podría empobrecerse extraordinariamente si las pantallas acabaran por enterrar a los libros".

Ya, en 2012, en su libro La civilización del espectáculo había planteado lo que llamó una curiosidad universal: “No tengo cómo demostrarlo, pero sospecho que cuando los escritores escriban literatura virtual no escribirán de la misma manera que han venido haciéndolo hasta ahora en pos de la materialización de sus escritos en ese objeto concreto, táctil y durable que es (o nos parece ser) el libro. 

Algo de la inmaterialidad del libro electrónico se contagiará a su contenido, como le ocurre a esa literatura desmañada, sin orden ni sintaxis, hecha de apócopes y jerga, a veces indescifrable, que domina en el mundo de los blogs, el Twitter, el Facebook y demás sistemas de comunicación a través de la Red, como si sus autores, al usar para expresarse ese simulacro que es el orden digital, se sintieran liberados de toda exigencia formal y autorizados a atropellar la gramática, la sindéresis y los principios más elementales de la corrección lingüística. 

La televisión es hasta ahora la mejor demostración de que la pantalla banaliza los contenidos —sobre todo las ideas— y tiende a convertir todo lo que pasa por ella en espectáculo, en el sentido más epidérmico y efímero del término. Mi impresión es que la literatura, la filosofía, la historia, la crítica de arte, no se diga la poesía, todas las manifestaciones de la cultura escritas para la Red serán sin duda cada vez más entretenidas, es decir, más superficiales y pasajeras, como todo lo que se vuelve dependiente de la actualidad”.

El libro electrónico avanza pero no tanto por encima de los impresos. La tendencia es hacia la coexistencia. Hay libros irremplazables en papel. Sobre todo esos ejemplares de las ediciones especiales. Libros para gozar su lectura por su presentación de pasta dura, papel especial y esmerada presentación. Con el agregado de las traducciones como puede ejemplificarse con Historia de mi vida de Giacomo Casanova: Premio 2010 a la mejor traducción para Mauro Armiño y publicado en la editorial Atalanta. Casos únicos que no podrán encontrarse. O bien, la publicación de Ana Karénina por la editorial Alba, con la traducción de Víctor Gallego. Qué decir de A la busca del tiempo perdido, traducido por Mauro Armiño, en una impecable edición de tres tomos por la editorial Valdemar. Esos son libros, de verdad: amados, atesorados, pagados al precio que sea. Inimaginables en una edición electrónica.

El libro electrónico, hasta ahora, se usa por necesidad y con temporalidad. Al cambiar de tableta, no siempre se conservan los subrayados. Son más circunstanciales. No tanto para consulta permanente. En quince o veinte años, los soportes serán diferentes. En cambio los libros impresos están ahí: estoicos, invencibles. Así que son funcionalidades distintas para cada uno y cada requerimiento.

La coexistencia está documentada, por estos días, en la Encuesta de Hábitos y Prácticas Culturales, de España, presentada en el mes de septiembre pasado: “La encuesta investiga el formato de libro utilizado por los lectores anuales: el 59% de la población total analizada utiliza el soporte papel y el 17,7% soporte digital. Un 5,7% de la población manifiesta leer libros directamente en Internet, el 6% a través de un lector de libros digitales y el 1,8% a través de otros soportes móviles”. El avance del libro electrónico es lento pero sostenido; el libro de papel y su fiesta, por ahora, se mantienen.