Papa Francisco/Octavio Paz

Fotografía: Nacho Arteaga

David Santiago Tovilla
Revista 10. Número 322

El papa Francisco empieza a cambiar la imagen de una iglesia católica distante y hasta opuesta al mundo de las ideas. Parece que empieza a modificarse aquella rigidez de las creencias propias frente al librepensamiento y las opiniones progresistas. 

Con prisa, porque hay temas que no pueden esperar, Jorge Mario Bergoglio, sorprendió a todos con su documento sobre la ecología: Nuestra casa. En junio del año pasado, el líder religioso emitió una Encíclica que significó un paso delante de todos los líderes políticos del mundo que se reunirían en la “Cumbre del planeta”, en diciembre de 2015. 

En el apunte de entonces, se comentó que el texto Laudato Si representaba una síntesis coincidente con lo expuesto por ambientalistas, científicos, catedráticos. Es más, si al capítulo “Lo que está pasando en nuestra casa” se le eliminan dos o tres referencias a la divinidad, queda como un diagnóstico inmejorable para cualquier discusión de posgrado universitario.

 En su reciente visita a México, Francisco volvió a dejar constancia de su diálogo, interacción o por lo menos conocimiento de la mayor herencia intelectual de los mexicanos: las letras de Octavio Paz. 

En el encuentro con obispos, en la Catedral de la Ciudad de México, el papa anotó: “Un inquieto y notable literato de esta tierra dijo que en Guadalupe ya no se pide la abundancia de las cosechas o la fertilidad de la tierra, sino que se busca un regazo en el cual los hombres, siempre huérfanos y desheredados, están en la búsqueda de un resguardo, de un hogar”.

Sin necesidad de consignar su nombre, el papa Francisco acudió a la gran reflexión sobre la mexicanidad que hace Paz en El laberinto de la soledad

Por algo, el texto a sesenta y seis años de su publicación, es aún fundamental para indagar sobre las herencias ancestrales que conforman los modos de ser. Hasta hoy, es insuperable la descripción de la fiesta en México contenida en sus páginas.

Bergoglio retomó la alusión hecha por Octavio Paz a los opuestos femeninos en que se mueve el mexicano. Por una parte, Malitzin o “la madre violada” y por la otra: Guadalupe, la “madre virgen”. 

Paz detalla: “No es un secreto para nadie que el catolicismo mexicano se concentra en el culto a la Virgen de Guadalupe. En primer término: se trata de una Virgen india; en seguida: el lugar de su aparición en una colina que fue antes santuario dedicado a Tonantzin, diosa de la fertilidad de los aztecas. (…) La Virgen católica es también una Madre (Guadalupe-Tonantzin la llaman aún algunos peregrinos indios) pero su atributo principal no es velar por la fertilidad de la tierra sino ser el refugio de los desamparados. 

La situación ha cambiado: no se trata ya de asegurar las cosechas sino de encontrar un regazo. La Virgen es el consuelo de los pobres, el escudo de los débiles, el amparo de los oprimidos. En suma, es la Madre de los huérfanos. Todos los hombres nacimos desheredados y nuestra condición verdadera es la orfandad, pero esto es particularmente cierto para los indios y los pobres de México. El culto a la Virgen no sólo refleja la condición general de los hombres sino una situación histórica concreta, tanto en lo espiritual como en lo material”.

Francisco hace una cita inteligente. No se conflictúa con la alusión a Tonantzin. Como acostumbra, guarda los equilibrios. Esta alusión del papa debiera generar incomodidad en quienes, todavía, han relegado este libro clásico de Paz de sus lecturas generales. Un visitante abrevó en ese monumental libro, con mayor razón los mexicanos.