DAVID SANTIAGO TOVILLA
Revista 10. Número 332
Crash es una película de consumo obligado. Sólo que el espectador debe estar preparado para una cinta estrujante, violenta, tensa, incomoda, exasperante. Todo eso habla muy bien de su director: David Cronenberg, porque logró un producto de calidad, impecable en cuanto a su realización, que mueve sensorial e intelectualmente a quien la ve.
Es un filme que llega a rechazarse, dejarse a medias o concluir con desagrado si sólo se observa como un conjunto de hechos. Si se aprecia como una totalidad en el cuidado de los detalles exhibidos, de la música que conduce al espectador desde que se inician los créditos, del magnífico registro de la belleza de cuerpos y actos sexuales, de las actuaciones, Crash se alojará en la memoria como un filme inusual y único.
El término «Crash» tiene en sus traducciones como verbo: chocar, colisionar; y como sustantivo: impacto, accidente. La película Crash nos mete a ese mundo diferente. Los accidentes son algo ordinario; lo extraordinario es su vinculación sexual y su extensión a conductas sexuales denominadas parafilias. Vaughan (Elias Koteas), el líder del grupo protagonista, lo dice textualmente: «Todo esto es el futuro. Por primera vez, estamos atrayendo hacia nosotros una psicopatología benévola. El choque de un automóvil resulta al final un hecho más fecundo que destructivo. Es una liberación de energía sexual que potencia la sexualidad de los que lo han sufrido con una intensidad que es imposible que se dé de otro modo».
Muy bien situado el sentido se comprenden las múltiples direcciones que recorre la cinta. En Crash, se observan escenas de excitación sexual al follar en un automóvil en movimiento, en coches inertes y en estacionamientos públicos. Se registran distintas atracciones sexuales reales hacia: los tatuajes, piercings o cicatrices; los vehículos y equipos aéreos, las personas con capacidades físicas limitadas o con objetos ortopédicos.
Hay un personaje femenino: Gabrielle (Rosanna Arquette), cuya vestimenta en negro, encajes malla y piel, resulta de lo más seductor. Es muy bella también. Ella es quien presenta las más graves secuelas de la limitación física y consecuentemente utiliza unas complicadas rodilleras articuladas. Sin embargo, estas estructuras metálicas que limitan los movimientos laterales y el recorrido articular de flexo extensión de la rodilla, son de cuero con metal y construyen un personaje increíblemente atractivo.
Un momento erótico muy logrado en la cinta es cuando Gabrielle llega a una agencia de automóviles de lujo. Se recuesta en uno de ellos y la minifalda deja ver todos sus artilugios ortopédicos y su blanca piel. Intenta acomodarse en el asiento del chofer. Abre las piernas y a la vista queda su sexo cubierto por un hermosa prenda negra de encaje. Ese episodio termina en un encuentro sexual con James pocas veces visto en el cine.
Es una película minuciosamente confeccionada en asociaciones a partir de lo que la cámara muestra: el metal, las grandes avenidas inundadas por veloces automóviles, la caricia a las superficies cromadas. En el caso de los cuerpos femeninos, por lo general se presentan con una refinada lencería, cachondísima: un manjar para voyeristas y fetichistas.
Crash es una gran cinta. Atrapa. Hace reflexionar. Genera polémica. Ilustra. Recuerda que la sexualidad del ser humano tiene la misma riqueza y alcances de la mente en sí; y que la única limitación para su ejercicio pleno llega a ser la existencia física. Ahí está: incólume, en sus veinte años.
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