“En la vida real hay más bragadictos que los reconocidos": David Tovilla

FRANCISCO FÉLIX/El heraldo de Chiapas


Con un título contundente, provocativo, definitorio, David Tovilla publica su más reciente obra narrativa: Bragadicto. Después de seis libros con temáticas diversas, vuelve a entregar un volumen de literatura erótica. Ahora, centrado en la afición por coleccionar prendas íntimas femeninas, calzones o bragas. Ahí están esos personajes libres, con determinación, asociados a la vida real y no a la fantasía o la idealización. Estaciones del tren del erotismo que no puede detenerse para siempre. Más historias recreadas con destreza para vivirlas a través de su lectura…

LA ENTREVISTA

-David. Mantienes la misma idea de narraciones diversas, denominadas con el nombre de una mujer…

-Sí. Es un estilo. Los libros se diferencian por los motivos comunes. Las narraciones del libro anterior tenían en común los juguetes sexuales que, en estos tiempos, magnifican la intensidad de un encuentro carnal. Bragadicto expone un gozo fetichista. Apreciar, oler, conservar como un tesoro esas telas derrumbadas en el combate sexual. ¿Por qué hacerlo? Como siempre, hay que combatir la hipocresía. ¿Cuándo has encontrado alguien que asuma así, con orgullo, una devoción fetiche? Ocurre que es mucho lo que no se dice y se hace. Por ejemplo, como se apunta en la narración de “Camila”, se ha incrementado el comercio de las pantaletas usadas. Puedes encargarlas a modo: días de uso, actividades, con fluidos o no. El mecanismo del mercado en pleno: hay oferta porque existe demanda. Puedes conseguir bikinis hasta de personalidades públicas que, con naturalidad, sin prejuicio, ponen a la venta algo que satisface a sus fans. Eso es la vida real, no cuentos.

Fotografía: Veronika Lyubimova

















-Eso se escucha más sofisticado, pero es común que los hombres busquen quedarse con calzones femeninos...

-No creas en la supuesta sofisticación. Ese atractivo por poseer lo femenino está por todos lados. Recuerdo el caso de un robo. En las inmediaciones de una vivienda, construían otra. Un día, fue claro que los albañiles hicieron una incursión en la casa habitada. Resulta que sólo se llevaron las pantaletas que estaban tendidas en la azotea. El voyerismo no tiene clase social. Además, no es sólo una conducta. La mirada es un acto. Puedes participar en el placer con mirar. El texto “Valentina” de Bragadicto trata de eso. En ocasiones, la comunión erótica no es sexual. Es decir, no llega al encuentro de los sexos y permanece en la complicidad entre quien exhibe y quien ve. Ahí están miles de cuentas de mujeres hermosas que todos los días muestran su cuerpo en las redes sociales y que por cada tantos “me gustan” premian con más cachondería a sus seguidores. También, está el éxito de ese periodismo calzonero que está pendiente de cuando alguien tiene un accidente y muestra sus calzones. Videos de esto tienen millones de visitas en internet. Eso es voyerismo: mirar, espiar, asomarse.


Fotografía: Veronika Lyubimova

















-En alguna parte dices que Bragadicto es un homenaje a uno de tus libros favoritos El museo de la inocencia de Orhan Pamuk. La cita inicial es de él: “Los objetos que nos quedan de los momentos felices guardan con mucha más fidelidad que las personas que nos hicieron vivir esa dicha el placer de su recuerdo, sus colores, sus impresiones táctiles y visuales” …

-Sí. Es un libro que me marcó desde su primera lectura. Es un suceso porque Pamuk no sólo concibió la historia y los detalles de un muestrario. Creó el Museo. Existe y cada ejemplar de su libro constituye un pase de entrada a éste. Es más, en sus últimas páginas deja el apartado para el sello de la probable visita del lector. Pero, más allá de eso, tal como se asienta en esa referencia que aludiste, el personaje de El Museo de la inocencia atesora casi con obsesión todo aquello que tenga que ver con un instante luminoso entre él y su amada. Es un libro enorme que cuestiona toda la educación sentimental tradicional. Señala aquellas decisiones que se hacen por inercia, por el deber ser. Cuestiona concepciones lineales, verticales, sobre el tiempo, el amor. El protagonista Kemal Bey colecciona hasta colillas de cigarro que fumó su adorada; el narrador de Bragadicto recopila bragas que, en su mayoría, le regalan sus dueñas, para conservarlas en ellas. Pamuk es muy atinado. Mi texto “Ximena” abre con otra frase suya: “En realidad, nadie sabe que está viviendo el momento más feliz de su vida mientras lo vive”. Es absolutamente cierto. Todo adquiere dimensión en perspectiva.

Fotografía: Veronika Lyubimova

















-Es usual que tus textos eróticos tengan un protagonista que narra en primera persona. En la lectura de Bragadicto hay algo más que da mayor énfasis a las historias…

-Sí, el tiempo. Es parte del ejercicio narrativo. Todo está narrado en primera persona y en tiempo presente. Se trató de eliminar todo verbo pasado, de manera que acudes a la narración en tiempo real, semejante a una película. Es como si vieras el filme Bilbao, de Bigas Luna, en donde ves la acción y se suma la alocución del personaje en ese momento que hace algo. El tiempo presente es la clave de Bragadicto.



Fotografía: Veronika Lyubimova

















-Es un libro con más ilustraciones. Incluye una guía de estilo de todo tipo de calzones femeninos…

-Tuve la fortuna que la fotógrafa rusa Veronika Lyubimova decidiera participar en el proyecto para colocar sus fotos entre una narración y otra. La guía de estilo tiene hasta un fin didáctico. Hay mujeres que me han confiado que no conocían la tanga sin hilos. Y, contrario a lo que pudiera pensarse, de mis lectores, ellas constituyen la mayoría. Quién sabe si no se debe a Cincuenta sombras de Grey, malísimo como literatura, pero exitoso en ventas, por lo que, en este momento, son más las mujeres quienes se interesan por la literatura erótica.


Las líneas de presentación que hace David Tovilla del gusto por las bragas es mejor transmitírselas íntegras al lector. Esto es Bragadicto: “El aroma de las bragas es inigualable. No es el simple olor de la tela, detergente o suavizante. Es la combinación con el cuerpo que las usa. Sólo las prendas femeninas inferiores huelen a deseo. Los brasieres carecen de la misma magia provocadora, tal vez porque no tienen el mismo significado. Ellos caen sin remordimiento. Los senos se muestran hasta por festejos. En cambio, retirar una braga es una definición. Un triunfo de la sexualidad. Una invitación a la posesión. La verdadera libertad. La esperada totalidad. Única testigo de facilidad o resistencia. Prueba la rendición de los temores. Constata la emoción. Evidencia la vertiente del ardor carnal. Tesoro para un bragadicto: lo soy. Conservo cuatrocientos ochenta y seis calzones. La mayoría regalados con generosidad. Sus dueñas se marchan divertidas. Los menos, hurtados en un descuido. Ellas salen extrañadas e inquietas. Trescientos noventa y ocho usados. Setenta y seis salidos de un guardarropa. Doce perfumados y guardados en cajas herméticas para conservarlos intactos. Variedad de diseños, colores, manchas, tamaños, condición. Mi mejor momento: revisarlos, aspirarlos, colocarlos sobre mi almohada, dormir con el efluvio. Recordar quién, cuándo, dónde, cómo. Vivir ese presente perpetuado. Las esencias adheridas a una prenda. Unos labios vaginales que devuelven el esperma. Una negra mata de vellos púbicos. Una grieta femenina con movimiento palpitante. Unas posaderas saltarinas al menor esfuerzo. El penetrante sudor mezclado con jugos humanos. Viven en las bragas. Vivo con ellas”.


Fotografía: Veronika Lyubimova





















Fotografía: Veronika Lyubimova





















Fotografía: Veronika Lyubimova