“Deseo de un placer absurdo” de Orly Anan y Bárbara Sánchez-Kane

DAVID SANTIAGO TOVILLA

Deseo de un placer absurdo, de Orly Anan y Bárbara Sánchez Kane, logra abstraer al espectador de su mundo para imbuirlo en el de ellas. Al cruce de la puerta de cristal, ocurre el trastoque total. Atrás quedan los universos particulares con su policromía y celeridad. La instalación dialoga con los sentidos.

 El aroma de una esencia inunda la estancia. Un tañido de lenta periodicidad acompaña el recorrido. El blanco evidencia su fuerza pictórica y cubre todo. Esta combinación de sensaciones obliga a concentrarse en la obra, a corresponder con la absoluta atención a este planteamiento.


Deseo de un placer absurdo obliga a vivir este instante en que los objetos están ausentes de su uso ordinario y constituyen una presencia diferente. Provienen de la costumbre, de la utilidad popular pero están unificados por el blancor. Sombrero, matamoscas, molcajete, tijera, anafre, mantienen la forma pero no el significado. Dejan de ser cosas ordinarias para transformarse en elementos para una meditación.

Qué tanto nos asociamos con esos materiales que son y no. Cuando la materialidad se pierde, cuánto de nuestra imagen permanece. Porqué cuidar siempre las apariencias si llega un momento en que todo se funde en un mismo resplandor. Todas las diferencias que nos sirven no para ser únicos sino para polarizar pueden transformarse si las recubrimos con humanidad. Así como al dejar de ser, al morir, nos unificamos con todos, podemos unificarnos en la vida con aceptación y respeto a la identidad y las expresiones distintas.

¿Hacia dónde conduce todo? A un pensamiento, un sueño. Aquél en que no existen conflictos, contradicciones o incomodidades. Una utopía en la que gozamos de absoluta libertad y nadie tiene que disimular, esconder o disfrazar. Una fábula en que nadie pueda señalar a nuestros placeres como absurdos porque sólo existe el placer sin adjetivos. Una quimera en donde lo más importante es qué sentimos. Una ilusión en donde no pedimos permiso para existir porque lo trascendental es entregarnos.


En cualquier universo de estatuas inermes, si lo único real son nuestros pies y manos, tenemos mucho. En algún momento, nos levantaremos y caminaremos. Podemos palpar, acariciar, hundir nuestros dedos en el fruto, a donde nos lleve el deseo. Alcanzamos a ser, también, en espíritu.


Extraordinaria la instalación de Orly Anan y Bárbara Sánchez Kane.