Rafael Gómez Chi: el conocimiento del poder

DAVID SANTIAGO TOVILLA

El periodismo proporciona disciplina. Es una pasión que atrapa hasta a los grandes literatos. Recuérdese que las nuevas tendencias de narrativa periodística surgieron de la mano del trabajo A sangre fría de Truman Capote, que se publicó en The New Yorker, antes de que se editara el libro.

Hurgar entre el oficio y la afición lleva a autores como Mario Vargas Llosa, quien publica, con frecuencia, sus artículos en varios diarios internacionales. Carlos Fuentes, hasta sus últimos días, también compartía sus opiniones en diversas tribunas. El gran Octavio Paz gustaba de aportar al debate de los temas nacionales, con oportunidad. Ocurre porque el periodismo y la literatura están vinculados. Entre uno y otro no hay fronteras cuando se trata de ir más allá del quehacer cotidiano.

Rafael Gómez Chi da una muestra de esa interacción en su libro El delirio de un alebrije. Es una novela, pero constituye una crónica atemporal de las relaciones humanas que se desarrollan en el entorno de quienes toman las grandes decisiones.

Aunque el narrador incluye referencias asociadas a momentos específicos del pasado en la política local, su capacidad descriptiva lleva a situarla en cualquier lugar y momento del México de los siglos XX y XXI.

Los comportamientos son similares, las ambiciones semejantes, las maniobras coincidentes, en cualquier municipio o entidad. Los rejuegos y negocios de la clase política no tienen qué ver sólo con los partidos. Hay herencias que cruzan generaciones para llegar hasta ahora con las mismas prácticas depredadoras que se realizan bajo el amparo de un color, otro o ninguno.

El periodismo le ha proporcionado a Rafael Gómez Chi ese conocimiento minucioso del poder que sólo se logra con años y tenacidad. La observación meticulosa, la escucha en los corredores, la generación de confianza para conseguir confidencias, ser protagonista cualitativo, se reflejan en el detalle con que se aborda cada situación de El delirio de un alebrije. Para enseñar hay que conocer; y él ha conocido para mostrar, a través de una novela, eso que se rumora, pero no se exhibe.

Rafael Gómez ha acudido a la literatura para presentar perfiles de ese mundo peculiar que se conecta con el ejercicio del poder. El delirio de un alebrije devela un gran teatro en donde unos y otros siguen el guion no escrito pero instituido con la práctica. Un juego de ajedrez en donde todos mueven las piezas.

Pero la construcción de ese entramado narrativo requiere de un elemento para darle consistencia: veracidad. La creación literaria es algo no cierto, pero debe creerse. Y con su lenguaje crudo —hasta provocador—, junto con las acciones pragmáticas de políticos y periodistas, los sucesos en un lugar llamado San Telmo resultan verosímiles, creíbles, contundentes.

Tal como decía Juan Rulfo: “Cuando se falsean los hechos se nota inmediatamente lo artificioso de la situación. Pero cuando se recrea una realidad, es muy distinto”. Parte del ingrediente, para ello, es hablar de lo que, en verdad, es la vida: el trabajo, las parejas, la frustración, las formas de diversión, el dinero, el dolor, el coraje, el fingimiento, el sexo.

Además, El delirio de un alebrije conserva su unidad con cierto tono de desazón, impotencia y denuncia que mantiene hasta su conclusión: “Las cosas políticas no van a cambiar jamás”.

Al leerlo, en estos tiempos de elecciones presidenciales, esa afirmación resuena con estridencia, cuando todo indica que corruptos, extorsionadores, defraudadores y vividores que se han sabido vender como “la esperanza” serán votados en busca de “el cambio”. Sus corruptelas quedarán en la impunidad con tan sólo haberse integrado al equipo más manipulador. Tal parece que ha sonado el teléfono y el personaje Carmen le habla no a Nico sino a los mexicanos: “En México, la política no va a cambiar nunca”.

El libro de Rafael Gómez Chi es, en suma, el conocimiento del poder llevado a la literatura.