El espacio somos nosotros


DAVID SANTIAGO TOVILLA

El espacio somos nosotros se llama la muestra colectiva instalada en el Pasaje de la Revolución, en Mérida. Con ella ganan todos: quienes atraviesan el espacio no a propósito y se encuentran con la diversidad de expresiones; los artistas cuyas obras pueden tener más contacto con la gente que en espacios cerrados, sacralizados; la identidad profesional de cada autor al responder a una convocatoria abierta para ocupar un área pública; el Museo MACAY que se mantiene como una entidad de iniciativa y propuesta; el público que puede apreciar arte concebido para armonizar con un lugar específico; el arte, por su proyección.

La originalidad de cada pieza está asociada a su capacidad para generar ideas. No son piezas distantes, para la simple y mecánica observación. Todas generan un momento en donde el receptor responde a ellas con su propia creatividad al rodearlas, tocarlas, vivirlas.

El recorrido, si se inicia desde el acceso por la Plaza Grande, abre con “Memoir”, de Eugenio E. Los objetos pueden remitir a lo que se desee. Un atril de cemento recuerda a las palabras que no están ahí, pero estuvieron. Un pebetero remite al resplandor que hubo en su cima y se ha extinguido. Un nicho aviva la curiosidad acerca de lo que resguarda; también, presencia y ausencia. Un horno que invita a utilizar los líos de leña, situada en un costado, Sí: objetos, personas y situaciones evocan distintas memorias.

Le sigue “Escala tina”, de Milagros Lara. Las escaleras escapan a su condición vertical que le dan razón de ser. Aquí son puentes, segmentos, que conducen a una y otra. La construcción entrelazada apunta a todo aquello que tiene la capacidad de continuidad. Líneas rectas, tersas pero caprichosas. Se ensaya en una dirección, se camina en otra y se termina en lo más imprevisto. Nada preestablecido. Demuestra que el arbitrio es inherente a la naturaleza humana.

A continuación, “Blockroom” de José Hernández Luna. También acá se elimina lo habitual: el bloque no es de cemento: es una estructura trazada pero vacía. La unidad está, en una gran dimensión, pero no tiene continente; su contenido es pensamiento. Ir, venir, con una libertad constreñida a ese cubo perfilado. Ser para sí. Vivir con transparencia.

Rafiki Sánchez presenta “Sin título” para un trabajo de ceniza y madera. Quizá porque usa eso descrito por Fernando Savater: “El lenguaje es el certificado de pertenencia de mi especie, el verdadero código genético de la humanidad”. Una placa texturizada que puede funcionar en cualquier sitio, hasta en un panteón, pero que está en el Pasaje de la Revolución, sí, como parte de una “poderosa y fuerte obra espiritual”.

En el centro de la muestra, Edgar H. Canul González propone “Mesa/me”. A quince días de su inauguración esta pieza se ha convertido en el centro testimonial de los paseantes. Llegan, ocupan las desiguales sillas de los extremos de la mesa inclinada y escriben. Ese ejercicio de inscripción de una visita. El mismo carbón que yace en la superficie plana de la mesa ha llegado a sus bordes y patas en forma de letras. Canul tiene el acierto de generar dos perspectivas en un mismo objeto de utilidad diaria.

Gerda Gruber ha construido “Almáciga”. Una pieza que subraya, en todo instante, su carácter momentáneo, pero da cuenta de una solidez en sus conceptos. Aprovecha el color rojizo del ladrillo para hacer un mural tejido. No es la simple suma de pequeñas piezas. Afuera, la composición es plana, pero por dentro tiene una decoración distinta, a través de los salientes, al acomodarse. Las visiones lateral y frontal difieren, casi se oponen. El trabajo tiene fuerza, vigor, categoría.

José Fernández Levy hace una “Propuesta para una parada de camión/mirador”. Un señalamiento desde el arte para una necesidad social. Tan solo a unos metros de la obra, los meridanos sufren las colas del transporte público, ante el despiadado sol. El resguardo es una aspiración; el mirador una atractiva utopía.

Gabriel Niquete cierra con “Golpe de vista”.  Emulación de las inmensas torres de apoyo a la conducción eléctrica. Un componente que llega a ser símbolo de progreso. Un modo de interrogar sobre lo etéreo que incide de manera imperceptible en la cotidianidad. Alusión a todo aquello lo no visible que cruza por encima de todos. Toda la contemporaneidad que es raro voltear a ver y cuando se hace no se observa más que la individualidad misma.

*Publicado en Portal Coloquio