Quienes tengan afecto por la vida de algún ejido, desearán que en ese lugar hubiera existido un Alfredo Palacios Espinosa para perpetuar esa convivencia social, porque leer el libro La Perseverancia. Historias de un pueblo bajo el agua (1930-1978) es acercarse a un extraordinario trabajo narrativo que da cuenta de perfiles, momentos, consecuencias.
Es aproximarse a razones personales y colectivas, a formaciones en valores o en prejuicios y creencias, a las implicaciones de vivir con lo esencial, en la inmediatez y con la visión del entorno propio.
Sin planearlo, porque es un texto que se percibe fue confeccionado durante unos buenos años, no hubo mejor momento para su circulación que este tiempo caracterizado por el discurso engañoso del “pueblo bueno” que maneja el Gobierno de la República.
No hay pueblos ni buenos ni malos. Esa es de las grandes virtudes del más reciente libro de Palacios: exponer la complejidad social. La Perseverancia posee una riqueza de perspectivas que permite conocer acciones personales loables o condenables.
Ahí está retratada la debilidad humana de privilegiar los intereses personales para pasar encima de padres, hermanos o personas vulnerables. Se consignan: incongruencias, intolerancias, injusticias; y sus opuestos: la prudencia, la generosidad, el valor del compromiso. En todos los pueblos hay actuaciones positivas y negativas.
Otro elemento de La Perseverancia es la recuperación de los refranes, breves sentencias que encierran verdades prácticas. Cada capítulo se inicia con el fragmento de uno de ellos y su advertencia, orientación o conclusión se expone en el desarrollo de esas pequeñas historias.
En Chiapas, las frases forman parte de la oralidad e identidad, cuya ocurrencia, ingenio, nostalgia y hasta sabiduría son plasmadas por Alfredo Palacios con vitalidad y enjundia apropiada.
Las historias divierten, emocionan y hasta constituyen denuncias, pero subyace la añoranza por el lugar perdido. Cada evocación revela una conexión perdurable. Están en la fuerza del río, el método de buscar a un ahogado, el ladrar de los perros, la sombra de los grandes árboles y el vaivén al que los somete el viento. Saber reflejar la melancolía, de fondo, es también un mérito en La Perseverancia.
Son relatos situados en un tiempo y lugar, pero afines a tantos más acaecidos en la entidad y el país. Se vinculan con otros porque Alfredo Palacios sabe destacar la dimensión humana y social, por encima de las anécdotas. Son universales ahora que son literatura y permanecen en todo lector, aún aquellos que no conocieron la zona geográfica aludida.
La Perseverancia: un libro memoria y pasión. Lecciones del pasado para la vida, porque la sabiduría no la proporciona la edad, sino saber procesar las más diversas experiencias y aprender de ellas.
Gran aportación de Alfredo Palacios, cuya propia perseverancia nutre, por fortuna, la bibliografía chiapaneca.
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