Joss Celis en la fotografía de José Manzanero

Joss Celis. Fotografía: José Manzanero

DAVID SANTIAGO TOVILLA

Ahí está y con ella sus expresiones. Su determinación bien expuesta. Su personalidad subrayada. Está pero ha estado. Sólo hay que saber verla, como lo ha hecho José Manzanero. El fotógrafo ha visto y nos ha llevado a ver. A descubrir, los poderes de Joss. El poder de su mirada. 

La exquisitez de una firmeza que dice una y otra vez: “Sí, soy yo. Esta soy”. Es Joss cubierta con su desnudez. Reflejo propio ante la luz aplicada. Brillo auténtico en el color intenso o en su total ausencia. Una serie digna de ella, del arte de la fotografía y de cualquier espacio real o virtual que la exponga.

Joss tiene un resplandor propio. Por eso su anatomía expuesta tiene más intensidad. Su piel canta cuando le han quitado todo aquello que le oculta. Se comunica con el universo por sencilla o complicada que sea la pose en que ella se ha colocado. Irradia su luz interna. Emite un vigor que detiene todo, porque el rededor calla para que su cuerpo diga y se imponga aún ante el rojísimo de sus labios o el pigmento de su cabello.

Basta con ponerse de pie para convertirse en una exclamación de poder. Aquel de su hermoso cuerpo y de su firme semblante. Celis celebra la autoridad de la desnudez. Ninguna extravagancia. La más natural de todas las posibilidades de mostrarse que encuentra su correspondencia en la necesidad de ver y volver muchas veces a esa composición. El abdomen promesa, el muslo torre, el glúteo poema. Imperial modelo para grandiosa fotografía.

José Manzanero la entrega completa porque ella se dispuso a ser fotografiada del mismo modo. Aunque baja a la media distancia, así, erguida, mantiene el control de todo. Es y sabe ser. Tiene la seguridad de que ha llegado ahí para vencer el tiempo, las voces, los pequeños mundillos. Decidió posar y, con ello, pasar a la dimensión de atemporal del arte. Erigirse por encima de su circunstancia personal para ser figura, rostro, nombre para siempre.

Una parte de Joss se queda en cada toma: es cuerpo, identidad, pero nadie puede negar los rastros de su alma. Ella ejemplifica que el erotismo puede ser mucho pero es, ante todo: vida. Celis vive, palpita, ostenta su ser vivo.

No necesita sonreir para divertirse y divertir, ser encanto y contribuir con la tonalidad de su piel y de su cabellera a la coloración del mundo. Lluvia de seducción, instantes magia, fotografías fascinación...

Nos contempla y la contemplamos. Nos reta a asimilar la magnitud de su entrega fotográfica, a entender la grandeza de la naturalidad; la trascendencia de mostrar su cuerpo a plenitud, sin adorno, eufemismo o pretexto; su valentía de afirmarse; su travesura de romper cualquier imaginación para mostrar su esplendor con transparencia; su generosidad para compartir esa visión sin reservas. 

Imposible dejar de comparar este desnudo con las grandes referencias de la historia del arte. Pero ella toma distancia de la Olympia, de Édouard Monet, pues aquella cubre su sexo con su mano izquierda; como también lo hace la Venus de Urbino, de Tiziano. Tampoco busca compararse con la modelo acostada, de vibrante mirada, de Modigliani. 

Coincide en una perspectiva frontal con la maja de Goya pero la dama mantiene una actitud posada. En cambio, Joss Celis, de Mérida, no posa. Su desnudez transmite sinceridad, autenticidad. Induce a verla una y otra vez, a mantener la vista en la fotografía como ella lo hace. Hacer algún hallazgo hoy, otro mañana; porque es una foto que, desde que llega, se instala en la memoria visual. Hallarla, así: veraz, llana, natural, todos los días.

Gracias Joss por ser tú.

Gracias Manzanero por perpetuarla como es...