Tiempos de farsa. Aquellos cuando los villanos disfrazan la realidad para aparecer como ángeles. Sin embargo, la vida no se dirime entre buenos y malos, porque los seres humanos tienen claroscuros, facetas de bondad y maldad. La disputa real, de fondo, es entre la verdad y la mentira.
Y, en estos días, parece que hay facilidad para que gobierne la ficción y, a través de ella, se erijan autoritarismos en nombre de la democracia, la ley y la justicia. Pero esos conceptos en boca de los mentirosos revelan la corrupción que pretenden ocultar y no suprimen la implacable realidad: una dictadura lo es por sus actos, no por sus discursos. Esa gran verdad, en el presente y en la historia, no puede ser sepultada con torrentes de mentiras…
Tiempos de resentimiento. Luego ocurre que quienes siembran la animadversión todos los días, desde todas las trincheras, hacia cualquier persona o grupo que no sigan sus personalísimos intereses, acusan a otros de hacerlo. El discurso de odio sólo puede provenir de quienes no tienen argumentos, ni verdad y detentan el poder para acusar, con falsedades, a quienes señalan ese rencor. El veneno que vive en esas personas sólo puede afectarles a ellas no a quienes trabajan por la dignidad y la libertad.
Tiempos de vileza. Se efectúan, cuando quienes tienen la razón, los datos correctos, las evidencias y la contundencia de sus palabras son perseguidos porque, como paradoja, los poderosos les temen. La cobardía y la frustración son, a veces, las únicas razones de Estado para perseguir al pensamiento y a las personas de ideas.
Porque la mentira, el resentimiento y la vileza no deben regir la vida, hoy, es tiempo de ser Sergio Ramírez, de solidarizarse con él por la persecución que se ha iniciado y con todos los injustamente presos en Nicaragua. En efecto, el silencio es la mejor complicidad de la dictadura, por eso la dolorosa verdad que viven los nicaragüenses debe resonar, ahora, con mayor fuerza.
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