Fotografía: Алесь Усцінаў |
Desde el 24 de febrero, los medios han concentrado la abundante información en torno a Rusia y Ucrania con los bloques temáticos “Guerra Rusia-Ucrania”, “Conflicto Rusia Ucrania”, “Rusia vs Ucrania”, “Guerra en Ucrania”. La denominación no es un asunto menor porque las palabras tienen peso. Lo adquieren o pierden, de acuerdo con su uso.
Conforme pasan los días, en relación con los sucesos en Europa Oriental, lo que pesa en las conversaciones es el tema de la guerra. Esto es exacerbado por las imágenes de edificios destruidos, vehículos militares afectados, seres humanos fallecidos. De tal forma que se empieza a consolidar un marco de referencia: “Guerra Rusia-Ucrania”, en abstracto.
El problema es que, como bien describe George Lakoff en su clásico No pienses en un elefante. Lenguaje y debate político: “Los marcos son estructuras mentales que conforman nuestro modo de ver el mundo. Cuando se oye una palabra, se activa en el cerebro su marco. Cambiar de marco es cambiar la perspectiva. Es modificar lo que se entiende por sentido común. Puesto que el lenguaje activa los marcos, nuevos marcos requieren un nuevo lenguaje”.
Dejar que prevalezca el marco mental de un conflicto o guerra es despojarle de una parte sustancial de la verdad acerca de la tragedia para la gente de Ucrania: se trata de la irrupción de un país extranjero en el propio. La alusión certera, objetiva y sin sesgo alguno es “Invasión de Rusia a Ucrania”. Obviarlo en el lenguaje es permitir que el agresor normalice la agresión que, por lo visto, terminará de manera inevitable con la subyugación de los ucranianos.
Sí, hasta el lunes 28 la situación era de “guerra” que el Diccionario de la Lengua Española define como “desavenencia y rompimiento de la paz entre dos o más potencias” y “lucha armada entre dos o más naciones”. Pero esa es una realidad posterior a la categoría verdadera mayor, derivada del hecho de “invadir” que el Diccionario Crítico Etimológico Castellano e Hispánico de Joan Corominas sitúa como “del latín invadere: penetrar violentamente (en alguna parte), ‘invadir’, derivado de vadere: ir”. Esto es: hay una guerra, consecuencia de una inadmisible invasión. Esta última es el tema central y debe ser el marco mental para abordarlo.
Tiene importancia aludir el presente con corrección para que, en el futuro, se recuerde: en febrero de 2022, ocurrió la invasión de Rusia a Ucrania. Este episodio de la historia debe nombrarse con la contundencia y la fuerza semántica de las palabras. Porque “la palabra es el hombre mismo —explica Octavio Paz en El arco y la lira —. Estamos hechos de palabras. Ellas son nuestra única realidad o, al menos, el único testimonio de nuestra realidad. No hay pensamiento sin lenguaje, ni tampoco objeto de conocimiento: lo primero que hace el hombre frente a una realidad desconocida es nombrarla, bautizarla. Lo que ignoramos es lo innombrado. Todo aprendizaje principia como enseñanza de los verdaderos nombres de las cosas y termina con la revelación de la palabra-llave que nos abrirá las puertas del saber. O la confesión de ignorancia: el silencio. Y aún el silencio dice algo, está preñado de signos. No podemos escapar del lenguaje”.Si de algo saben los regímenes sostenidos por la propaganda es de la importancia de las palabras. Por eso, Rusia ha prohibido —como lo documenta el diario El País— que los medios de comunicación de ese país utilicen palabras como “guerra”, “ataque” o “invasión”. La versión oficial es “operación especial”. Las palabras importan y más cuando sirven para impulsar la verdad.
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