A ese humano formado por la televisión, en ese tiempo el medio predominante, Sartori le denominó homo videns: «Nuestros niños ven la televisión durante horas y horas, antes de aprender a leer y escribir. La televisión sustituye a la niñera y, por tanto, el niño empieza a ver programas para adultos a los tres años.
»El problema es que el niño es una esponja que registra y absorbe indiscriminadamente todo lo que ve (ya que no posee aún capacidad de discriminación). El niño formado en la imagen se reduce a ser un hombre que no lee». A veinticinco años de aquellas palabras la niñera/televisión fue sustituida por el teléfono celular.
En dos décadas y media, la revolución tecnológica se consolidó. Se proclamó el fin de los intermediarios de la información. Hubo un cambio en las denominaciones. Las personas pasaron de ser simples consumidores a prosumidores: producen o generan información y la consumen.
El modelo comunicacional también se transformó para ser autocomunicación de masas. Autocomunicación porque las personas generan y participan en los mensajes que colocan en las redes sociales; y de masas porque su exposición es global, según Manuel Castells en el volumen Comunicación y poder.
La consecuencia más destacada es la universalización de los contenidos. Todo está al alcance de la mano. Por eso, a partir del cambio tecnológico, la humanidad vive una transformación de su cultura. Y en ello incide el avasallamiento audiovisual; tanto que, en la primera década del siglo XXI, lo colocado como el referente cultural de la época fue la pornografía. Así se planteó en el ensayo ¿POR qué NO?
Ahora, los patrones culturales se forjan desde la información en línea y su consumo se realiza en la zona íntima de las personas: en los teléfonos celulares. El Informe global sobre el entorno digital 2022 de Hootsuite indica que el 92.1% de las personas con acceso a internet lo hacen a través de dispositivos móviles.
Sin embargo, es esta segunda década cuando ocurre el gran referente cultural de lo que va del siglo. Hoy, otra gran transformación cultural acompaña al mundo conectado por un móvil: la normalización de la mentira. Hay esfuerzos limitados por comprobar la veracidad de lo que llega a las personas. Pero se da una dinámica compulsiva por compartir publicaciones de algún «interés».
No existe una actitud responsable de constatar los dichos. Lo que importa es enviar, retransmitir algo, sin procesarlo a profundidad, sólo porque el material es llamativo. Así, desde las más desestimables cuentas se contribuye, en muchas ocasiones sin proponérselo de manera consciente, a construir una humanidad que consume tergiversaciones, engaños y manipulación como información.
Hoy se camina hacia el homo mentíri. El verbo mentir viene del latín mentíri: decir o manifestar lo contrario de lo que se sabe, cree o piensa. La verdad, construida de manera colectiva, ya no es un bien para alcanzar. Ha dejado de ser un valor y elemento sustancial de la convivencia social.
Esta transformación cultural que, en la cotidianidad, perfila al homo mentíri está relacionada con lo expuesto por Moisés Naím en su libro La revancha de los poderosos, que empieza a circular: «Sinan Aral, catedrático en la Escuela Sloan de Administración en el MIT, ha llegado a la conclusión de que los usuarios humanos de Twitter tienen, aproximadamente, un 70 por ciento más de propensión a retuitear noticias falsas que noticias verdaderas. Una noticia veraz tarda, por término medio, alrededor de seis veces más en llegar a mil quinientos usuarios de Twitter que otra falsa. Las falsedades se retuitean más que las verdades en todos los niveles de una cascada de tuits (una cadena continua de tuits).
»El estudio propone una alarmante explicación de ese descubrimiento: nos encantan las novedades. Lo que los internautas humanos muestran no es un sesgo en favor de la mentira, sino un sesgo en favor de lo inesperado, de lo escandaloso y nuevo. Por supuesto, los bulos suelen ser mucho más inesperados, escandalosos y sorprendentes que las verdaderas noticias. Sin la aburrida necesidad de comprobar la veracidad, los fantaseadores que ofrecen desinformación tienen libertad para inventarse historias tan llamativas y convincentes que consigue activar todos nuestros estímulos. (…) Destruir la verdad se ha vuelto demasiado habitual. (…) Una manguera de falsedades ahoga la verdad en un miasma de incertidumbre».
Es una urgente responsabilidad de todos dejar de esculpir al homo mentíri y elegir la verdad, procurarla, descubrirla, exponerla frente a quien sea, de donde provenga y en los medios que se pueda.
Conexiones