El departamento en que vivió estaba muy bien ubicado: República de Cuba número 5, a media cuadra del eje central; tres cuadras del palacio de Bellas Artes. A un tiro de piedra del Palacio de MinerÃa, sede de una de las ferias del libro más importante del paÃs. Acudir a esta cita bibliográfica, por tanto, implicaba verlo. Recorrer con él las novedades editoriales. Relacionarse con los reporteros de la fuente cultural de los principales medios del paÃs. Comer en su casa o en su restaurante favorito de comida china del entorno.
Como la mayorÃa de los escritores de este paÃs, vivÃa de impartir cursos y escribir artÃculos para diversos diarios. Tarea cotidiana, disciplinada, obligada. Fue de los primeros en dejar la máquina de escribir para hacerlo en un procesador de textos que precedieron a las computadoras.
Era esclavo de la dinámica de los diarios, por necesidad. Siempre tuvo la esperanza de que la mejorÃa económica llegarÃa. Planteaba con frecuencia a sus amistades cómo obtener el Premio Chiapas por la beca vitalicia que implica. SabÃa que los años pasaban y el futuro iba a ser complicado. Nunca encontró la relación que lo hiciera posible. Sus últimos tiempos los pasó en una casa de ayuda a periodistas de la tercera edad.
Veinte años atrás tuvo un cáncer. Lo enfrentó con la ayuda de dos o tres personas que éramos cercanas a él. Salió airoso. Continuó su escritura creativa y periodÃstica. Hasta que llegaron las grandes complicaciones de salud.
El 16 de abril falleció, a los 83 años. Para quienes tuvimos la oportunidad de convivir con él de manera cercana, nos queda el grato recuerdo de una época de proyectos, aprendizajes, crecimientos… Arturo Arredondo pervivirá porque la savia humana es tiempo convertido en memoria…
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