La masacre de Bucha pudo conocerse el 2 de abril. Un día antes, circuló una versión sospechosa: dos helicópteros atacaron un depósito de combustibles en Belgorod, Rusia. El video del incendio fue difundido por autoridades rusas que acusaron a Ucrania de la autoría del atentado. De inmediato, dijeron que el hecho podría afectar las conversaciones iniciadas en Turquía y que buscan detener la invasión de Rusia a Ucrania. Después de más de un mes de inclementes bombardeos a ciudades ucranianas, resulta que el débil agredido tiene capacidad de respuesta hasta para realizar una incursión en territorio ajeno.
Fotografía: Joachim Bergauer |
En el contexto de la invasión a Ucrania, el episodio es congruente con el método Putin: armar agresiones muy violentas, sin importar el daño a la población, para inducir miedo, construir a un enemigo y justificar cualquier acción del poder. Junto a ello, las recurrentes herramientas de todos los autócratas: artimañas, violación a las leyes, mentira y propaganda.
La presentación de unos helicópteros para adjudicarlos al país invadido sería un ejercicio más de su técnica. Un distractor para lo que se venía horas después: la condena unánime internacional y el reiterado llamado a la Corte Penal Internacional por los crímenes de guerra de Rusia en Ucrania.
Fotografía: Joachim Bergauer |
Y todo ocurre como dice el manual ruso propagandista de toda la vida: negarlo todo. A propósito de la matanza de 2022, La exembajadora de Polonia en México Beata Wojna recuerda: «Los rusos asesinaron a más de 20 mil personas del ejército polaco en Katyn. Manos atadas, tiro en la cabeza por atrás. Cruz Roja lo investigó y reportó que era responsabilidad de URSS. Los rusos lo negaron y culparon a Alemania nazi. Se sabía que eran rusos. Cuando cayó la URSS, se abrieron archivos y se llegó a documentos que confirman responsabilidad rusa de Katyn. Esta investigación la cerró Putin en 2004. Larga historia de ocultar crímenes por Rusia que intenta hoy ocultar su responsabilidad en masacre de Bucha en Ucrania».
Cuando Vladimir Putin se apropió de la península de Crimea, aparecieron hombres muy bien armados y uniformados, sin insignias, pero que los pobladores identificaron como soldados rusos. El tirano nunca ha reconocido dicha participación en espera de que la negación se convierta en verdad, pero ésta es conocida por todos. La ocupación «no oficial», disfrazada de «separatistas locales» prevalece hasta la fecha. La mayor prueba de la mano rusa en esa región es que Rusia ha planteado, en 2022, que Ucrania renuncie a esos pedazos de su territorio y los reconozca como rusospara detener la agresión militar.
Fotografía: Joachim Bergauer |
Putin debe su propia permanencia al frente de Rusia a su método. Lo describe de forma magistral Moisés Naím en el que, sin duda, se perfila como el libro político del año: La revancha de los poderosos: Cómo los autócratas están reinventando la política en el siglo XXI.
Naím recuerda qué ocurrió en agosto de 1999, en el contexto para que Putin se convirtiera en presidente: «Rusia sufrió el primero de una extraña ola de atentados terroristas. Durante un periodo de diecisiete días, estallaron bombas de gran tamaño en un centro comercial de Moscú y en cuatro torres de apartamentos independientes (la primera en Buinaksk, en Daguestán, luego dos en Moscú, con cuatro días de intervalo, y, por último, un enorme camión bomba delante de un edificio residencial de nueve plantas en la ciudad de Volgodonsk). Las bombas explotaron de noche, lo que multiplicó el número de víctimas civiles. En total murieron alrededor de trescientas personas y más de mil resultaron heridas.
Fotografía: Joachim Bergauer |
»Después de una breve investigación, Vladímir Putin, entonces primer ministro, acusó a los separatistas chechenos y utilizó los incidentes como casus belli para justificar una guerra brutal con el fin de someter a la agitada república de mayoría musulmana.
»Sin embargo, había graves contradicciones en la explicación oficial. La mayor fue que, aunque cuatro atentados tuvieron éxito, los vecinos desbarataron otros tres, en el clima de extrema vigilancia que siguió a las primeras bombas. En uno de los planes frustrados, en la ciudad de Riazán, se detuvo a los autores. Llevaban documentos de identidad emitidos por el FSB, el servicio heredero del KGB.
Fotografía: Joachim Bergauer |
»Las autoridades no reaccionaron de forma coherente ante este dato. Después de que, al principio, el FSB elogiara a los habitantes de Riazán por su estado de alerta, que había permitido detener a los terroristas chechenos, cambió de rumbo cuando se vio que había agentes suyos implicados y dijo que el incidente se había producido durante unas maniobras de seguridad. En años posteriores se impidió de manera sistemática cualquier intento de investigación independiente y se persiguió sin piedad a los rusos que ponían en tela de juicio la versión oficial que culpaba a los chechenos. Los más famosos e insistentes, la periodista Anna Politkóvskaya y el exagente Alexandr Litvinenko, murieron asesinados. Las pesquisas independientes sobre sus asesinatos indican la participación del aparato de seguridad ruso.
»En la actualidad, el consenso entre los expertos sobre Rusia es que los atentados contra los edificios de apartamentos los organizó el FSB para consolidar el ascenso de Vladímir Putin al poder. Da la impresión de que fueron un híbrido peculiar: una operación “de falsa bandera”, o de distracción, para acusar del atentado a unos inocentes y, al mismo tiempo, una medida activa asesina en la que se jugaba el control del Estado ruso. Lo que resulta indiscutible es que la ola de fervor nacionalista posterior a los atentados y la guerra de Putin contra el separatismo checheno le otorgaron el dominio absoluto del país».
Fotografía: Joachim Bergauer |
Ese es Putin. Es su modo de actuar y demuestra qué se puede esperar de él: más terror. Ya se ha visto: nada importa, ni poblaciones o personas, compatriotas o no. Lo único de importancia para él son sus objetivos al precio que sea. Esos son, como bien dice Naím: los autócratas del siglo XXI que pretenden regresar a las naciones a las circunstancias que tuvieron en el siglo XX. Por lo visto, el mal que habita en algunas personas es atemporal y se traduce en odio, rencor y destrucción hacia países, instituciones, seres humanos.
Fotografía: Joachim Bergauer |
Conexiones