El 15 de mayo de 2012 falleció Carlos Fuentes. Hace un decenio, México perdió a una de las voces que contribuÃan al diálogo universal. Se detuvo la pluma de un escritor, pero más lamentable fue detener el flujo de sus ideas. Fuentes fue de esos creadores que no se conforman con producir obras artÃsticas e involucran toda su capacidad intelectual y acceso al conocimiento para contribuir a la comprensión del mundo.
Preservar el patrimonio del entendimiento, vertido en trabajos como el de Carlos Fuentes, es vital. Pensar, argumentar, cuestionar son privilegios de los humanos. Permitir que se imponga la ociosidad mental es propiciar la existencia de una sociedad limitada a consumir lo que le dicen, aunque sean tergiversaciones, medias verdades o engañifas.
Renunciar al análisis, las interrogaciones o la conexión entre hechos es desistir de ser ciudadanos con obligaciones y derechos para constituir hordas. Declinar al pensamiento es dejarse colocar vendas y tapones para no ver ni oÃr. Es aceptar una vida tutelada y entregarla para que otros decidan. Es vivir en la manipulación.
Uno de los libros de Carlos Fuentes que se inscriben en la mejor tradición intelectual, se titula En esto creo. El volumen reúne sus opiniones sobre términos de la vida, el arte, la sociedad. Es como un ideario confeccionado hasta 2002, fecha de la publicación. Palabras claves ordenadas de acuerdo con el alfabeto que, al final, constituyen pequeños ensayos que permiten acercarse a su manera de pensar.
Véanse sólo dos apuntes para dimensionar qué y cómo se presenta este ejercicio. Palabras vigentes dos décadas después de ser escritas:
AMOR:«Si el amor es ese rÃo que fluye y mantiene la vida, ello no significa que el amor y sus atributos más preciados —el bien, la belleza, el afecto, la solidaridad, el recuerdo, la compañÃa, el deseo, la pasión, la intimidad, la generosidad, la voluntad misma de amar y ser amados— excluyan lo que parecÃa negarlo: el mal. En la vida polÃtica es posible convencerse de que se actúa por amor a un pueblo para acabar destruyendo a ese pueblo y concitando el odio, desde adentro y desde afuera. No dudo, por ejemplo, que Hitler amaba a Alemania. Pero desde su libro Mi lucha hizo saber que amar a Alemania era inseparable del odio a cuanto veÃa como opuesto. El amor alimentado por el odio a los demás se hizo explÃcito en una polÃtica del mal».
EDUCACIÓN: «Creo en la universidad. La universidad une, no separa. Conoce y reconoce, no ignora ni olvida. En ella se dan cita no sólo lo que ha sobrevivido, sino lo que está vivo o por nacer en la cultura. Pero para que la cultura viva, se requiere un espacio crÃtico donde se trate de entender al otro, no de derrotarlo —y mucho menos, de exterminarlo: universidad y totalitarismo son incompatibles. Para que la cultura viva, son indispensables espacios universitarios en los que prive la reflexión, la investigación y la crÃtica, pues éstos son los valladares que debemos oponer a la intolerancia, al engaño y a la violencia. En la universidad, todos tenemos razón, pero nadie tiene razón a la fuerza y nadie tiene la fuerza de una razón única».
El otro libro que muestra la visión cosmopolita, integradora, humanista de Carlos Fuentes es El espejo enterrado. Un texto preparado para una serie de televisión se formalizó en un material bibliográfico que debiera estar en la agenda de lectura y la biblioteca de los mexicanos.
Es una exhaustiva revisión de todas las confluencias de la historia y la cultura iberoamericana, sin propaganda que desvirtúe las esencias: «Somos indÃgenas, negros, europeos, pero, sobre todo, mestizos. Somos griegos e iberos, romanos y judÃos, árabes, cristianos y gitanos. Es decir: España y el Nuevo Mundo son centros donde múltiples culturas se encuentran, centros de incorporación y no de exclusión. Cuando excluimos nos traicionamos y empobrecemos. Cuando incluimos nos enriquecemos y nos encontramos a nosotros mismos».
Se trata de un apasionado recorrido por siglos de interacciones culturales, narrado desde el reconocimiento de la aportación de todos, con virtudes y defectos, para construir el mundo actual.
En su narrativa, Carlos Fuentes dejó pasajes memorables. El lenguaje en La muerte de Artemio Cruz: «Tristeza, madrugada, tostada, tiznada, guayaba, el mal dormir: hijos de la palabra. Nacidos de la chingada, muertos en la chingada, vivos por pura chingadera: vientre y mortaja, escondidos en la chingada. (…) Eres quien eres porque supiste chingar y no te dejaste chingar; eres quien eres porque no supiste chingar y te dejaste chingar; cadena de la chingada que nos aprisiona a todos: eslabón arriba, eslabón abajo, unidos a todos los hijos de la chingada que nos precedieron y nos seguirán: heredarás la chingada desde arriba; la heredarás hacia abajo: eres hijo de los hijos de la chingada; serás padre de más hijos de la chingada: nuestra palabra, detrás de cada rostro, de cada signo, de cada leperada: la chingada te hace los mandados, la chingada te desflema el cuaresmeño, te chingas a la chingada, no tendrás madre, pero tendrás tu chingada: con la chingada te llevas a toda madre, es tu cuatezón, tu carnal, tu manito, tu vieja, tu peor-es-nada».
Aquella descripción de la mirada en Aura: «Al fin, podrás ver esos ojos de mar que fluyen, se hacen espuma, vuelven a la calma verde, vuelven a inflamarse como una ola: tú los ves y te repites que no es cierto, que son unos hermosos ojos verdes idénticos a todos los hermosos ojos verdes que has conocido o podrás conocer. Sin embargo, no te engañas: esos ojos fluyen, se transforman, como si te ofrecieran un paisaje que sólo tú puedes adivinar y desear».
Esos fragmentos muy personales expuestos en Diana o la cazadora solitaria: «Los encuentros de un hombre y una mujer ocurren en dos niveles. Uno externo, filmable, si ustedes quieren, es el nivel del gesto, la actitud, la mirada, el movimiento. Es más interesante el nivel interno en el que comienzan a surgir, y agolparse, sensaciones, preguntas, dudas, escarceos con uno mismo, imaginaciones, sobre todo la imaginación de ella; ella misma ¿qué estará pensando? ¿Cómo será? ¿Qué se imaginará de mÃ? (…) Hay el amor que no se atreve a decir su nombre, pero también hay algo peor, y es el amor sin nombre. El amor es no hacer otra cosa. El amor es olvidarse de esposos, padres, hijos, amigos, enemigos. El amor es eliminar todo cálculo, toda preocupación, toda balanza de pros y contras. (…) Me gustarÃa hacerte el amor en nombre de todos los hombres que te han hecho el amor. (…) A mà no me correspondÃa preguntar nada, averiguar nada. A ella tampoco. Ésa sà que era ley no escrita, acuerdo tácito entre los amantes. Los amantes modernos, es decir, liberados. No andar averiguando qué pasó antes, con quién, cuándo, cuánto tiempo. La regla civilizada era no preguntar nada».
Conexiones