Tiempo de tomarse en serio

Fotografía: Andrew Shelley

DAVID SANTIAGO TOVILLA

Con crecientes cifras de secuestros y homicidios, México es un país de datos sobre la violencia delictiva que ignora el dolor de sus víctimas. ¿Qué espera la sociedad mexicana para tomarse en serio? ¿Qué debe pasar para decidirse a recuperar una vida productiva en paz? ¿Cuántas familias más deben pagar con sufrimiento, todos los días, para poner fin a un país extraviado? México vive una trágica realidad encubierta por un estruendoso espectáculo político tóxico. Cada día, los hechos demuestran que ya es hora de tomar acción.


México ocupa el primer lugar, a nivel mundial, en diversidad de su mercado criminal y detenta el cuarto sitio como nación más afectada por la delincuencia. Son datos del Informe de la Iniciativa Global contra el Crimen Organizado Transnacional difundido, con mayor amplitud, el 6 de mayo. Las palabras de su director Mark Shaw son reveladoras: «En las últimas dos décadas, las redes criminales y su impacto se han extendido por todo el mundo, impulsadas por fuerzas geopolíticas, económicas y tecnológicas. El análisis de este informe demuestra de manera concluyente que el crimen organizado es la amenaza más perniciosa para la seguridad humana, el desarrollo y la justicia en el mundo actual».

Hace unos días, empezó a circular un libro estrujante: El infierno tan temido: El secuestro en México, de Saskia Niño de Rivera y Manuel López San Martín. Los autores, con objetividad e interés por conocer la dimensión social del problema, entrevistan a las dos partes del hecho: víctimas y victimarios.

El trabajo busca ir más allá de los acontecimientos, el morbo y las anécdotas. Es una pieza para entender que la inexistencia del Estado no sólo consiste en territorios físicos, sino en la vida cotidiana. Por eso, delitos tan destructores como el secuestro lejos de acabar aumentan y se diversifican.


Niño de Rivera y López San Martín son contundentes: «La corrupción en nuestro sistema de justicia penal hoy garantiza la impunidad para quienes optan por la delincuencia como un estilo de vida. Dado que 97% de los delitos en México no se denuncian, y de los que sí, solo la mitad se soluciona, hoy ser un delincuente en el país es rentable».

Aunque el palabrerío diga lo contrario, la verdad está ahí: «En 2018, México ocupó el nada honroso segundo lugar en corrupción dentro de los países miembros de la ONU. Corrupción no sólo es robar, también es un sistema que no funciona, que no ofrece salidas ni oportunidades».  

Nada ha cambiado, como lo revelan los propios secuestradores: «He estado en el Reclusorio Norte, Barrientos y ahorita en el Altiplano, y todas las cárceles son iguales. El sistema no funciona. Todo es un desmadre, todos cotorrean y hacen lo que quieren, la pura fiesta. Además, entran bandas completas, amigos que se la pasan a toda madre en la cárcel».

El testimonio de los delincuentes demuestra que, mientras las autoridades van en una dirección, la realidad viaja en un carril veloz y contrario. La deshumanización se profundiza y alcanza a quienes antes tenían alguna consideración. El recluso señala: «Nunca secuestramos mujeres ni niños. Eso está mal. Ésa era una regla en la banda. Lo que están haciendo las nuevas bandas está de la chingada».

Las políticas del avestruz funcionan, pero en contra de los ciudadanos: «Llevo aquí desde el 98, y he visto cómo las cosas cambiaron. Ahorita veo a los chavitos que entran y están muy alocados, son muy explosivos, eso los hace peligrosos. Otro problema son los cárteles que dominan toda la ciudad, más bien, todo el país. Ellos contratan a esos chavos explosivos para que maten gente por dos mil pesos, eso está cabrón».

Saskia y Manuel hacen un llamado de atención hacia este difícil momento. No debiera quedar en el vacío: «Nos hemos vuelto un país de datos y nos hemos alejado de lo que realmente importa: los sentimientos detrás de estas historias. Contamos homicidios, desapariciones y secuestros con una normalidad aterradora. Debemos entender, y no normalizar, que la delincuencia rompe sociedades y lastima familias mucho más allá de la duración de los hechos delictivos».

           


La indolencia gubernamental, en efecto, se traduce en desaliento para las personas afectadas. La justicia empieza a ser una ilusión o un recuerdo en México, porque a quienes les corresponde procurarla llegaron para desahogar sus agendas personales.

Al respecto, habla una de las víctimas: «Veo que han pasado más de tres años desde que fui liberado y no hay un solo detenido. Estos seres terminaron saliéndose con la suya. Pero lo más frustrante es que no existe ninguna línea de investigación activa sobre mi secuestro. Caer en la cuenta de que la autoridad no persigue a los malos duele y mucho. Mi asunto está completamente abandonado porque la Fiscalía no posee ni la capacidad económica ni la humana para seguir con la pesquisa. No es un tema de querer, sino de poder. No cuentan con el suficiente presupuesto para operar de forma eficiente. Inclusive cada día les recortan más el recurso. El gobierno, como es bien sabido, tiene otras prioridades, que no incluyen la seguridad».

El libro El infierno tan temido: El secuestro en México es de las útiles herramientas que confluyen para apagar el ruido y ver la realidad. Esa que tiene la violencia al alza y con ella secuestros, feminicidios y desapariciones en general. Aquí, en donde las ejecuciones pasaron de personas a grupos o familias, con niños incluidos. Ahora, cuando la inseguridad es la principal preocupación de los mexicanos.

 

Es tiempo de tomar en serio la vida de todos y el rumbo del país.