«El hombre perfecto» de Maria Schrader


DAVID 
SANTIAGO TOVILLA

La película de Maria Schrader es una de las rarezas cualitativas que destacan, en estos días, en la cartelera comercial. Transcurren meses para ver películas que vayan más allá del pasatiempo; pasan años para encontrar productos tan rotundos y refulgentes como El hombre perfecto.

El nombre puede confundirse con otras dos cintas homónimas que circulan en el mercado: la comedia de Mark Rosman, de 2005, con Hilary Duff y que estuvo en el catálogo de Netflix; y el thriller en 2016 de Yann Gozlan. La precisión es necesaria por la tendencia natural, a esta altura, de buscarle en plataformas en internet. La cinta de Schrader tiene como nombre original, en alemán: Ich bin dein Mensch; en inglés se denomina: I'm Your Man; una traducción al español la ha nombrado Soy tu humanx. En México, se ha titulado El hombre perfecto.

Se trata de un trabajo que mueve a la reflexión durante y después de verlo. En poco tiempo, la anécdota de una relación entre una mujer y un humanoide queda superada porque, aderezada con humor e ironía, coloca elementos que generan interrogantes en torno a diversos temas:

·       Perfección: ¿A qué se aspira cuando se habla de la pareja perfecta? ¿Un clon podría serlo? ¿En ese caso, se trataría de uno mismo en otro cuerpo y no de otra persona? ¿Lo perfecto es aquello que pudiera programarse para tener las respuestas automáticas al pensar, hacer, decir? ¿Qué se espera como perfección, al tratarse de seres humanos? ¿Lleva al aburrimiento una relación donde todo está resuelto? ¿Puede el ser humano vivir sin el reto de construir algo todos los días? ¿Es válido que una máquina reemplace las carencias afectivas que otros humanos no han podido subsanar?

·       Autómatas: ¿Los robots son sólo los fabricados para ayudar y servir a los seres humanos? ¿En dónde queda la enajenación laboral que lleva a dejar de lado expresiones de vida y el gusto por ella? ¿No es acercarse a personas robotizadas al actuar de manera autómata, en momentos y circunstancias? ¿No es permutarse en un robot social al aceptar y reproducir información interesada o hasta falsa? ¿Eso no induce a entumecer la facultad humana del pensamiento? ¿Quiénes, en realidad, son los robots?

·       Emociones: ¿Pueden los humanos detener la capacidad de emocionarse? ¿Es posible que una convivencia intensa, en medio de una vida solitaria, no genere sentimientos? ¿Cómo renunciar a la memoria que suele traer al presente experiencias positivas y negativas? ¿Querer, amar, pasa por desear hacerlo? ¿Qué es el amor si no el otorgamiento de valor al otro en el propio mundo?

·       Humanidad: ¿Queda claro que la diversidad y no la uniformidad es parte de la riqueza humana? ¿No se construyen mejores personas al discernir temas, conciliar soluciones, acordar rutas, integrar ideas divergentes? ¿Acaso no la incomunicación y el silencio minan las relaciones personales, incluso entre padres e hijos?

·       Vida: ¿Cómo entender que el mundo no se detiene con decisiones personales de aislamiento? ¿Por qué hay quienes se quedan con los traumas de pareja, mientras los demás pueden rehacer su vida? ¿Cómo intentar renunciar al amor cuando es necesidad fisiológica, instinto y proceso químico en el cerebro, de acuerdo con Helen Fisher? ¿Es difícil entender que la vida no consiste en creencias, normativas o ideas?

·       Conocimientos: ¿Por qué creer que sólo lo hecho por una persona o un grupo es un gran descubrimiento si otras personas, en otras partes del mundo, también hacen su esfuerzo por indagar algo de la humanidad? ¿Cómo pretender tener la exclusividad del conocimiento si éste es un patrimonio colectivo y muchos contribuyen y han aportado a exponerlo? ¿Hay algún área que escape de la exploración cognitiva como las relaciones de pareja entre humanos y entidades con inteligencia artificial?

El hombre perfecto plantea con talento todas sus reflexiones porque no incluye diálogos rebuscados. Contiene acciones significantes, que no tendrían el impacto logrado sin la estupenda actuación de la pareja protagonista. Él, Dan Stevens, con una encarnación poco vista de un androide; ella, Maren Eggert, con la expresividad que contribuye a la veracidad de la cinta. Es una comedia de ciencia ficción, pero nada que ver con los absurdos o exageraciones habituales.

Siempre es mejor ver las películas en su esplendor de la proyección cinematográfica. Hay que aprovechar que se exhibe, en la actualidad, en las principales cadenas comerciales.