Palabras, autoritarismo y conciencia

Fotografía: Alem Omerovic

DAVID SANTIAGO TOVILLA

«Las palabras pueden llegar a cansarse y a enfermarse, como se cansan y se enferman los hombres o los caballos. Hay palabras que, a fuerza de ser repetidas, y muchas veces mal empleadas, terminan por agotarse, por perder poco a poco su vitalidad.

»En vez de brotar de las bocas o de la escritura como lo que fueron alguna vez, flechas de la comunicación, pájaros del pensamiento y de la sensibilidad, las vemos o las oímos caer como piedras opacas, empezamos a no recibir de lleno su mensaje o a percibir solamente una faceta de su contenido, a sentirlas como monedas gastadas, a perderlas cada vez más como signos vivos y a servirnos de ellas como pañuelos de bolsillo, como zapatos usados», expuso Julio Cortázar en un ensayo memorable, leído en una actividad por los derechos humanos.

En efecto, hay épocas en que las palabras se desgastan e intentan que muera su riqueza de sentidos. Sólo se articulan para justificar una situación y hasta pretender sustituir la realidad que muchos atestiguan.

Se emiten todos los días, durante horas. Se repiten con el objetivo de que se memoricen dichos. Se limitan los significados para asociarse sólo con una consigna. Se exponen para ser consumidas, sin reflexión o pensamiento de por medio, que para eso se emitieron. No forman parte de una discusión colectiva porque no hay tal: sólo existe una voz que se hace resonar mediante todos los recursos disponibles.

Ocurre así porque se aplican, de manera estricta, las exitosas lecciones de la escuela autoritaria, detalladas por Adolf Hitler en su libro Mi lucha. Esas palabras cotidianas no se inscriben en un proceso de comunicación sino propagandística:

«Toda acción de propaganda tiene que ser necesariamente popular y adaptar su nivel intelectual a la capacidad receptiva del más limitado de aquellos a los cuales está destinada. De ahí que su grado netamente intelectual deberá regularse tanto más hacia abajo, cuanto más grande sea el conjunto de la masa humana que ha de abarcarse.

»La capacidad de asimilación de la gran masa es sumamente limitada y no menos pequeña su facultad de comprensión, en cambio es enorme su falta de memoria. Teniendo en cuenta estos antecedentes, toda propaganda eficaz debe concretarse sólo a muy pocos puntos y saberlos explotar como apotegmas hasta que el último hijo del pueblo pueda formarse una idea de aquello que se persigue».

El autoritarismo no tiene color y sus enseñanzas las asumen quienes sólo buscan concentrar poder para sí: «La finalidad de la propaganda no consiste en compulsar los derechos de los demás, sino en subrayar con exclusividad el propio.  

»La masa del pueblo es incapaz de distinguir dónde acaba la injusticia de los demás y dónde comienza la suya propia. La gran mayoría del pueblo es, por naturaleza y criterio, que su modo de pensar y obrar se subordina más a la sensibilidad anímica que a la reflexión.

»Esa sensibilidad no es complicada, por el contrario, es muy simple y rotunda. Para ella no existen muchas diferenciaciones, sino un extremo positivo y otro negativo: amor u odio, justicia o injusticia, verdad o mentira,pero jamás estados intermedios».

Eso explica, además, la frase que se reitera en cada oportunidad: amor con amor se paga; mientras se polariza y fomenta el odio a los que piensan y opinan de modo diferente.

Una lección que también dejó el Führer por escrito: «El futuro de un movimiento depende del fanatismo, si se quiere, de la intolerancia con que sus adeptos sostengan su causa como la única justa y la impongan frente a otros movimientos de índole semejante.

»La magnitud de toda organización poderosa que encarna una idea estriba en el religioso fanatismo y en la intolerancia con que esa organización, convencida íntimamente de la justicia de su causa, se impone sobre otras corrientes de opinión».

La palabra no se usa para construir. No existen los otros porque el objetivo es extremo, de acuerdo con los postulados de la sabiduría autoritaria: «El éxito en la labor de ganar el alma populardepende de que simultáneamente con la acción de la lucha positiva por los propios ideales, se logre anular a los enemigos de estos ideales.

»En todos los tiempos el pueblo considera la acción resuelta contra un adversario político como una prueba de su propio derecho, y contrariamente, ve en la abstención de aniquilar al enemigo un signo de inseguridad de ese derecho y hasta la ausencia del mismo.

»La gran masa no es más que una parte de la Naturaleza y no cabe en su mentalidad comprender el mutuo apretón de manos entre hombres que afirman perseguir objetivos contrapuestos. Lo que la masa quiere es el triunfo del más fuerte y la destrucción del débil o su incondicional sometimiento».

Esto es: no hay lugar para el diálogo social sólo para el autoritarismo. No se escuchan demandas, razonamientos, evidencias. Las respuestas a todo lo que sea diferente a la decisión autoritaria son: descalificación, estigmatización, injuria, calumnia.

Con asombro, puede observarse cómo los alumnos aplicados del autoritarismo ponen en práctica el manual para alcanzar sus objetivos específicos: ser populares, concentrar el poder y mantenerse en él.

Tal como escribe Hitler: «El primer fundamento inherente a la noción de autoridad es siempre la popularidad. Pero una autoridad que sólo descansa sobre este fundamento es en extremo débil, inestable y vacilante.  

»De ahí que todo representante de una autoridad cimentada exclusivamente en la popularidad; tenga que esforzarse por mejorar y asegurar la base de esta autoridad mediante la formación del poder.

En el poder, esto es, en la fuerza, vemos representado el segundo fundamento de toda autoridad; desde luego, un fundamento mucho más estable y seguro, pero siempre más eficaz, que la popularidad. Reunidas la popularidad y la fuerza pueden subsistir un determinado tiempo y con esto, se crea el factortradición que es el tercer fundamento que consolida la autoridad. Sólo cuando se aúnan los tres factores; popularidad, fuerza y tradición, puede una autoridad considerarse inconmovible».

            En ese contexto sucede lo apuntado con agudeza por Julio Cortázar: «Poco a poco esas palabras se viciaron, se enfermaron a fuerza de ser violadas por las peores demagogias del lenguaje dominante.  

»Y nosotros, que las amamos porque en ellas alienta nuestra verdad, nuestra esperanza y nuestra lucha, seguimos diciéndolas porque las necesitamos, porque son las que deben expresar y transmitir nuestros valores positivos, nuestras normas de vida».

            Por eso son los ciudadanos quienes, con sistematicidad, buscan devolver el significado y vigencia de términos que la sociedad mexicana había conocido. Entre ellos: democracia, transparencia, rendición de cuentas, verdad.

Palabras vitales para la sociedad empiezan a perder su vigor cuando se les sustituye por violación institucional sistemática al marco legal electoral; opacidad, sigilo y corrupción en acciones y programas; secrecía al reservarque más bien es ocultar por años la información de las decisiones.

Pero se vive entre el olvido de palabras fundamentales y el encumbramiento de otras que son distractoras. El palabrerío estéril ansía ocultar la erosión del respeto al Estado de Derecho que deriva en un entorno de una calidad de vidadegradada.

            ¿Qué hacer? La repuesta puede encontrarse en la gran conclusión del texto de Cortázar: «Es tiempo de decirlo: las hermosas palabras no se enferman y se fatigan por sí mismas, sino por el mal uso que les dan y el que en muchas circunstancias les damos nosotros.

»Una crítica profunda de nuestra naturaleza, de nuestra manera de pensar, de sentir y de vivir, es la única posibilidad que tenemos de devolverle al habla su sentido más alto, limpiar esas palabras que tanto usamos sin acaso vivirlas desde adentro, sin practicarlas auténticamente desde adentro, sin ser responsables de cada una de ellas desde lo más hondo de nuestro ser.

»Sólo así esos términos alcanzarán la fuerza que exigimos en ellos, sólo así serán nuestros y solamente nuestros. La tecnología le ha dado al hombre máquinas que lavanlas ropas y la vajilla, que les devuelven el brillo y la pureza para su mejor uso.

»Es hora de pensar que cada uno de nosotros tiene una máquina mental de lavar, y que esa máquina es su inteligencia y su conciencia; con ella podemos y debemos lavar nuestro lenguaje de tantas adherencias que lo debilitan. Sólo así lograremos que el futuro responda a nuestra esperanza y a nuestra acción, porque la historia es el hombre y se hace a su imagen y a su palabra».