Entrevista al escritor costarricense Joaquín Gutiérrez Mangel


Don
Joaquín Gutiérrez Mangel, integrante de la Academia Costarricense de la Lengua y Premio Nacional de Cultura Magón, es un gran conversador. Sus pasiones, aparte de la literatura, son jugar ajedrez y viajar. Posee material y paciencia para pasarse mucho tiempo en cualquier diálogo.

—Gracias por hacerse un espacio para esta conversación… Usted tiene la dicha de haber vivido en tres continentes…

—Sí, gracias a mis oficios, todos autodidactas: literato, periodista, traductor, editor y profesor.

—Sus primeras salidas de Costa Rica fueron hacia países de América Latina…

—La primera vez me fui un año a Nueva York. Supuestamente iba a estudiar economía política. No lo hice. Me dediqué a conocer la vida de la ciudad.

            La segunda ocasión viajé a Chile, con el plan de cambiar de un país chico a otro culturalmente más rico, más inquieto. Este hecho le ocurrió también a más de la mitad de mi generación: aquí a México vinieron a parar nada menos que el escultor Francisco Zúñiga, el periodista Alfredo Cardona y la novelista Yolanda Oreamuno.

            En Chile, trabajé como periodista y traductor del inglés. Después llegó la oportunidad de irme con un contrato a China. Los chinos no consiguieron buenos traductores directos de chino a español, entonces hacían traducciones piloto al inglés y de ahí desprendían las traducciones a varias lenguas. Me tocó traducir del inglés el tomo cuarto de las Obras Escogidasde Mao Tse-Tung. También traduje los tres tomos de los ensayos del llamado Gorki chino: Lu Sing. Ese viaje lo hice con toda mi familia y estuve en China durante dos años. Recorrí buena parte del país. Es inolvidable, por ejemplo, el viaje en barco desde Wuhan hasta Shangai, por el río padre de China: el Yangtze Kiang, durante tres días.

—De ahí tuvo oportunidad de ir a la Unión Soviética…

—En efecto, ahí estuve cuatro años como corresponsal de diarios chilenos. Me tocó la época de Nikita Jrushchovy su caída. Fue una época en que se hizo el primer intento de hacer algo parecido a los cambios que impulsó Mijaíl Gorbachov. Nikita intentó los cambios y no pudo porque nadie puede saltarse su propia sombra: había sido un hombre de Stalin.

—De la experiencia en los países comunistas, regresa a nuestro continente…

—No fue directo: pasé por México. Vine a un Congreso de intelectuales. Era el año 1967: muy controvertido y políticamente muy difícil. En el evento me nombraron secretario general. El presidente fue Carlos Pellicer y los vicepresidentes Miguel Ángel Asturias y João Guimarães Rosa. Éramos más de cien participantes. El Congreso fue muy difícil por las situaciones políticas de ese momento.

—Acudió al encuentro, pero ¿se quedó a vivir un tiempo?

No. Me fui a Chile y, por primera vez, logré tener un año para mí. Entonces logré escribir una de mis seis novelas. Aproveché el tiempo propio y no estuve sujeto a los ratos libres. La novela se llama Murámonos Federico y se refiere, en simultáneo, a las luchas sociales y a la tragedia de un finquero estrujado por la United Fruit Company. Expone los problemas familiares del finquero y los conflictos sociales, ambos con igual peso.

—En su país, vive como protagonista el triunfo de la Unidad Popular…

—Sí. El presidente Salvador Allendecompra la editorial Zig-Zag que tenía los talleres más importantes de la Costa del Pacífico en América Latina. Asumo el cargo de director de su sección editorial. Editamos e hicimos una revolución de libros: casi diez millones de los que vendimos nueve porque, con las maquinarias poderosísimas y sin afán de lucro, los logramos poner al alcance de todos los bolsillos.

—Dice ¿una revoluciónde libros?

—Así fue, con detalles muy emocionantes como el hecho de que en las casas de los trabajadores apareció un nuevo mueble: dos triangulitos de metal y una tabla en donde se iban colocando nuestras colecciones de literatura, ciencias sociales y demás. En total eran ocho series.

            Naturalmente, cuando vino el golpe de Estado, dirigido por Augusto Pinochet, tuve que refugiarme en mi embajada porque tenía orden de fusilamiento. Regresé a Costa Rica con mi familia, ayudado bastante por la suerte, ya que el presidente costarricense José Figueres intervino ante el dictador para que me dieran garantías y se me permitiera salir del país.

—Desde entonces se quedó en su tierra natal…

—Porque me apoyaron decididamente. Yo sólo estudié el bachillerato, pero por mis conocimientos me nombraron catedrático de literatura. Aplicaron un artículo que permitía eludir los títulos académicos. Como llegué con una mano por delante y otra detrás, esa fue la gran ayuda que me proporcionó la Universidad de Costa Rica. Ahí estuve de 1974 a 1989, cuando me jubilé al cumplir setenta años.

            Aproveché, también, durante ese tiempo para traducir las obras de William Shakespeare, de las cuales hay dos editadas en México y dos en Costa Rica. La traducción de Hamlet le permitió a Rosenda Monteros montar la obra el año pasado, en el Teatro de la República, en la Ciudad de México, con doscientas veintidós funciones. En este momento se monta Macbeth en Costa Rica. Además, traduje El rey Lear; es decir, las tres grandes tragedias.

—¿Sus novelas también se han traducido a otros idiomas?

—En total, mis novelas están traducidas a doce idiomas: lituano, ucraniano, ruso, francés, estonio, portugués, búlgaro, rumano y otra más.

            Manglar fue declarado el mejor libro del año por el Year Book de la Enciclopedia Británica. Cocorí, ganadora de un concurso en Chile y utilizada por teatristas y titiriteros, fue llevada al cine en Checoslovaquia. Ha sido traducida a cerca de catorce idiomas: la última de ellas fue hecha por la UNESCO en sistema braille para ciegos.

—¿En qué proyecto trabaja en la actualidad?

—Empiezo a escribir mis memorias, después de toda esta peripecia por países meridianos y paralelos. Esto completaría mi bibliografía. Ahí destaco mi relación con México. Me ha tocado venir a distintos congresos y he conocido a mucha gente. Tengo a dos escritores mexicanos muy amigos: Jaime Sabinesy Eraclio Zepeda, los dos casualmente son originarios de Chiapas.

            Con Sabines nos encontramos en un congreso de escritores en Bulgaria. Ocurrió algo sumamente curioso: desde que me vio dijo “le vi una cara muy extraña”. Se apartó con Eraclio para preguntarle más de mí, porque está convencido de que somos parientes. Sabines es Gutiérrez como yo. Encontró, además, que tiene antepasados con el nombre Joaquín Sabines como el mío. También, resulta que la rama de mi apellido llegó a Costa Rica desde Guatemala. Sabines me llama tío Joaquín. La amistad con él es muy grande, tanto que hace poco me escribió una carta de tres páginas desde el hospital en donde está, después de infinidad de operaciones. Lo quiero y admiro muchísimo. Con Eraclio Zepeda convivimos en China, como periodista en Moscú. Nos encontramos en todas partes con él.

            Retomo lo de las memorias…

Sí, por favor…

—Déjame que te cuente algo que me sucedió en la URSS. Estando en Moscú, empezaron los bombardeos de Vietnam del Norte. Me dirigí a la embajada vietnamita a solicitar una visa para asistir como corresponsal de guerra. Era muy difícil porque el secreto era sumamente importante en esa guerra y los periodistas somos muy intrusos. Tardaron cinco meses en darme el documento. Recorrí las zonas bombardeadas del lado norte. Al sur no pude ir por mi gran estatura. Me explicaron que no cabía en los túneles y en las trincheras, porque ellos son menuditos. Me jodió ser alto.

            Escribí las crónicas. Las mandaba a la Agencia Vietnamita de Noticias. Las reproducía TASS, las publicaban periódicos soviéticos. Las reproducía L’Humanitéde Francia. También se incluían en Cuba, en el órgano del ejército cubano. Por Prensa Latina llegaron a Chile y se publicaban en el diario El Siglo. Esto significó que pudiera entrevista a los grandes de Vietnam. Me dijeron que me recibiría el primer ministro Pham Van Dong. Estando con él, llegó un regalo más que espléndido: Ho Chi Minh en persona. Es muy difícil encontrarse una foto de él con extranjeros. Así que fue algo muy especial ese homenaje exorbitante que me hizo el fundador del Partido Comunista Vietnamita al entrar en la entrevista.

            Conversamos con Ho Chi Minh. Le pregunté por qué no había escrito más poemas. Me respondió que la musa sólo lo visitaba en la cárcel. Su libro está escrito en las cárceles durante el gobierno de Chiang Kai-shek, que lo mantuvo en prisiones horrendas.

            Las memorias tal vez se editen como libros independientes. Son realidades tan distintas que puede referirse a cada país. Va a ser un material muy largo que tal vez se agrupe en tomos.

—Antes, comentó su relación personal con Laco Zepeda y Jaime Sabines. ¿Qué puede decir del trabajo literario de ambos?

—La poesía de Sabines tan sólo con el poema «Algo sobre la muerte del mayor Sabines» se coloca en la primera línea de los grandes poetas de América Latina.

En cuanto a Eraclio es múltiple su actividad: actor de cine, cuentista, poeta. Todo lo hace bien, pero lo que más se disfruta de él es cuando narra sus historias, las dramatiza. Son de grabarse esas narraciones. Eraclio tiene un acervo cuantioso. Le he escuchado historias sin repetirse. Es de una fecundidad notable, además tiene una memoria prodigiosa. Se acuerda de todo con gran detalle.

—Usted llega a México para participar en el Encuentro de Intelectuales de Chiapas y Centroamérica. ¿Cuál es el papel que han tenido los intelectuales en los diferentes procesos que vive el continente?

—Juegan un papel importante. La historia de América Latina registra muchos grandes escritores que han llegado a ser presidentes. Fueron líderes políticos. Rómulo Gallegos era miembro activo del partido de presidente venezolano Rómulo Betancourt. Pablo Nerudafue senador y candidato a la presidencia. En vista de que hay una carencia de partidos ideológicos, sobre todo progresistas en América Latina, los intelectuales han debido asumir esa función: ser abanderados de las ideologías populares. La intelectualidad ha hecho un gran aporte ala lucha de los pueblos latinoamericanos.

            Fijémonos en el papel de los intelectuales nicaragüenses en su Revolución. Todos los grandes pensadores de ese país eran sandinistas, desde José Coronel Urtecho hasta Ernesto Cardenal. La única excepción es Pablo Antonio Cuadra. Pero todos los demás no sólo estuvieron apoyados con la pluma, sino que fueron activos.

—El escenario internacional siempre cambia ¿Qué cambios visualiza?

—Es muy difícil hacer pronósticos en el mundo que viene porque los cambios son tan vertiginosos y profundos.

            La revolución tecnocientífica ha traído como consecuencia cambios históricos y sociales muy grandes. La URSS se quedó retrasada. Tuvo que hacerle el peso a la carrera armamentista de Estados Unidos, teniendo una economía menor. Tal vez la proporción era de cien a sesenta. Tener un armamento equitativo y modernísimo para garantizar el equilibrio restringió la capacidad para modernizar la industria.

Ese fue uno de los factores que originaron la crisis, amén de unas reformas que eran imprescindibles desde los tiempos de Nikita Jrushchov y que no fueron posible implementarse después por el peso del sector conservador dentro del aparato dirigente del Partido Comunista. Ni Gorbachov, ni Nikita lograron una mayoría fuerte a su interior.

Gorbachov hizo el intento de trasladar el poder del Comité Central a una presidencia y reunió poderes tantos como los que tiene un presidente norteamericano, pero no fue suficiente, porque cuando los reunió ya la situación se había deteriorado mucho.

Por otra parte, la gente se olvida de que china sigue siendo socialista, y con gran acierto, porque la perestroika muy parecida a la que propuso Gorbachov comenzó en China antes que en la Unión Soviética y está dando excelentes resultados. Una de las diferencias entre los dos países es que Gorbachov quiso hacer al mismo tiempo los cambios económicos y políticos. China conservó todo el centralismo político para hacer lo económico. Gorbachov no se dio cuenta de que era imprescindible verlo así.

Los chinos fueron sumamente hábiles. Su secretario general se reservó un solo cargo: presidente de la comisión militar, con esa instancia controlada y con el Partido Comunista sin permitir ninguna fractura lograron llevar adelante la reforma económica sin que se les desbordara, como puede ocurrir con facilidad.

China tiene un crecimiento anual económico muy importante. No debemos olvidar que son mil ciento cuarenta millones de personas.

—Sin embargo, hay manchas como los hechos de la Plaza de Tiananmén.

—Todos los números en China se multiplican por mil. Debe considerarse el tamaño de la población de mil millones. Si hubiese sido un país de cien millones, los muertos habrían sido cinco mil y nadie se hubiera asustado tanto. ¿Cuántos murieron aquí en la matanza de Tlatelolco? Con la población mexicana Tlatelolco fue el doble que Tiananmén.

            Claro que de ninguna manera se justifica la medida, pero era una manera de evitar cosas peores si eso continuaba. Uno de los problemas de China es que, para alcanzar el grado de desarrollo tecnológico y científico de Occidente, tuvo que becar a decenas de miles de chinos. Fueron a estudiar la ciencia en todas sus ramas, pero regresaron también influidos por las ideas occidentales.

            Además, que China tiene un nivel cultural bajo y cada una de estas personas que regresaron con ideas capitalistas pasa a ser un líder. Su voz es escuchada porque regresa con una educación superior. Tienen una gran capacidad de movilización.

—¿Y cuál es su perspectiva local, en nuestro continente?

—Hay un desarrollo de algunos países. Brasil, en este momento, es la novena potencia mundial. Está produciendo armamento que vende a los europeos. Se negó a aceptar el ingreso de computadoras norteamericanas.

Hay países poderosos y otros que todavía no despegan. En general, cuando se habla del Tercer Mundo ya nos colocan en otras categorías: existe un cuarto y quinto mundo, porque no se puede comparar América Latina con África que es un mundo abandonado de la mano de Dios. Ese cuarto mundo está condenado a las pestes, hambrunas. Va a ser una tragedia histórica terrible.

Estamos viendo que se están produciendo grandes bloques. El más poderoso es el Mercado Común Europeo, el segundo es Japón y su red comercial con el sureste asiático, además que un obrero japonés produce el doble que uno norteamericano y el salario japonés es menor.

Entonces, los países pequeños van a pasar penurias si no logran de alguna manera unirse en federaciones. Por eso México debe acercarse más con América Central. Ya México hace su Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, así que no le conviene nada mal contrapesarlo con esta otra alianza.

Ahora, en ese sentido, no se ve que América avance, pero tendrá que hacerlo. Se van a crear unidades mayores. Disolver las fronteras, porque andando decenios éstas empiezan a debilitarse cuando hay muchos vínculos comerciales y culturales. Las fronteras dejan de ser muros y pasan a ser puertas y ventanas.

En Costa Rica tenemos que revivir el mercado común centroamericano que concluyó con la revolución sandinista y la guerra en El salvador. Había buenos resultados.

Pero, en concreto, crear unidades económicas vastas para resistir la vertiginosidad de los cambios: antes lo que duraba un siglo ahora son diez.

—Finalmente ¿Qué opina en la discusión del llamado fin del socialismo?

—Se olvida a China, pero también a Corea y Vietnam: el socialismo tiene un pueso inmenso en Asia Central.

La crisis de la Unión Soviética es justa porque las deformaciones del socialismo habían sido muy grandes. Estaba muy lejos del modelo justiciero. Existía una concentración de poder en el partido y las cúpulas. No había democracia.

Pero fue un primer modelo. Estaba abriendo camino en la historia. Además, se dieron condiciones que produjeron gran parte de esas anomalías, no era posible atender un país que nunca había tenido democracia. Establecerla cuando la necesidad era prepararse contra la agresión de la Alemania nazi y la Europa conquistada por ellos. La historia externa de la URSS incidió en que no pudieran arreglar todo como debieron haberlo hecho.

Por otra parte, el capitalismo ha tenido más tropiezos que el socialismo. Yo viví a finales de la crisis de 1929 en Estados Unidos, por mencionar una. Nadie habla del fin del capitalismo.

Ahora, el marxismo es un método de pensamiento, el materialismo dialéctico basado en le dialéctica de Hegel. Es un método. Sigue siendo el pensamiento más útil que tiene la humanidad. No hay, en este momento, ni un uno por ciento de científicos que no utilicen el pensamiento dialéctico en sus investigaciones.

Con ese método, Marx y Engels analizaron la situación de la clase obrera en Inglaterra. Hoy día, nada tiene que ver con su situación. Debemos hacer un nuevo libro con el mismo método. El error consiste en creer que los libros de Marx tienen actualidad, cuando son libros históricos que jugaron un papel en su tiempo. Por ejemplo, la consigna de entonces: ¡Proletariados del mundo uníos, no tenéis nada que perder más que vuestras cadenas! Ahora, el proletariado europeo y norteamericano son quienes tienen que perder las cadenas. Tiene que ver con el método. La doctrina sigue, pero tiene que aplicarse a condiciones nuevas.

*Publicada los días 12 y 13 de febrero de 1992, en Es! Diario Popular, de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.