«Entre la vista y el gusto» en el Centro Cultural Olimpo de Mérida


DAVID 
SANTIAGO TOVILLA

Memoria: porque se recuerda cómo ha evolucionado la manera de abordar una temática en la obra plástica. Breve curso de arte: al mostrar la representación visual desde 1600 hasta 1964. Exhorto: para situarse frente a cuarenta obras y descubrir el alma que hay más allá del estilo y la combinación de los colores. Es la exposición Entre la vista y el gusto, en el Centro Cultural Olimpo, que puede apreciarse desde este 12 de agosto, hasta mediados del mes de noviembre.

De nuevo ocurre el privilegio de dialogar con el trabajo de autores con un lugar notorio en la historia del arte. Sucede en Mérida como no ocurre en muchas ciudades ni estados: la oportunidad de ver cuadros tanto con las características que dieron renombre a sus creadores como planteamientos no tan difundidos.

Existen sitios en los que, hasta la fecha, pasan generaciones sin acceso a estos materiales. Entidades en donde el tiempo está detenido, por desinterés y ausencia de políticas culturales.

Perviven en aquella situación aludida por Octavio Paz en sus Obras completas: «Para ver de verdad hay que comparar lo que se ve con lo que se ha visto. Por esto ver es un arte difícil:

»¿Cómo comparar si se vive en una ciudad sin museos ni colecciones de arte universal?Las exposiciones itinerantes de los grandes museos son un fenómeno nuevo; cuando yo era un muchacho sólo disponíamos de unos cuantos libros y de un puñado de reproducciones mediocres. Ni yo ni nadie entre mis amigos habíamos visto nunca un Tiziano, un Velázquez o un Cézanne. Nuestro saber era libresco y verbal».

En esas zonas, Internet es la única oportunidad de conocimiento general, pero no proporciona la percepción integral que provee la obra viva.

            Hoy, en Mérida, surge una cita inexcusable. Cuatro meses para cumplirla. Acudir a la convocatoria del arte que dota de «capacidad de generar cercanía humana» como dijo Irving Berlín Villafaña, director de Cultura municipal.

Porque el logro más importante del esfuerzo privado e institucional será cada persona que llegue a encontrar algo en las obras. Una propuesta artística nada es en sí: funciona en medida que despierta una reacción, un pensamiento, una emoción. Entonces es cuando adquiere vida, trascendencia, perpetuidad.

             Entre la vista y el gusto está confeccionada por el Museo Soumaya. Aborda, de manera cronológica lo que empezó a denominarse de manera peyorativa como bodegones: composiciones con alimentos y figuras. Se le ha llamado naturaleza muerta, naturaleza inmóvil, objetos inanimados, objetos fijos para indicar la representación de temas inanimados en contraposición a la de figuras humanas.

En la actualidad, los estudiosos han coincidido en que naturaleza muerta es un término impropio para lo que varios siglos fue una pintura de género.

La exposición del Centro Cultural Olimpo ha evitado encerrarla en una de esas denominaciones. Obedece a otra concepción: atestiguar la traslación pictórica de la comida «de un flujo comercial a un elemento de identidad», en palabras de Alfonso Miranda Márquez, director del Soumaya.

            Por eso la muestra sigue un orden cronológico. Abre con la abundancia de flores y frutos de Jan Brueghel, el joven, cuyo padre fue contemporáneo de Rubens. Aunque el cuadro recibe el nombre de dos dioses: de la vegetación y los frutos, Vertumno y Pomona, los personajes están en un segundo plano.

Lo central es mostrar variedad, abundancia, desmesura y generosidad de la naturaleza. Enorme reto identificar la vastedad de especies, árboles, frutas, animales. Y todo lo que de ello se desprende: admiración por el detallismo preciosista; añoranza por un paisaje de esplendor y armonía.

En suma, el pintor registra que las deidades no son las figuras humanas sino lo inconmensurable de los más conocidos reinos biológicos de los seres vivos.


            Un imán, sin duda, es el cuadro de Giorgio de Chirico. Al escuchar el nombre, la asociación remite a estatuas de mármol, trenes, maniquíes y plazas vacías. En esta exposición se integra con Vida silenciosa con fruta.

Desde ahí ocurre un giro en el discurso: titula con lo opuesto a la condición mortuoria. Un cuadro, en consecuencia, luminoso. Las frutas son más verídicas porque no son inmaculadas: tienen imperfecciones.

Eso es registrar la presencia del tiempo: en el cuadro como en la vida. Son presentadas en el orden como si estuvieran en una mesa, pero están colocadas en la tierra, consecuente con su característica de situar todo fuera de lugar. La presencia humana existe y se limita a la tela que agrega al trabajo la sugerencia de un escenario.


En este bloque, destacan tres nombres notables: Georges Braque, con Vidrio, manzanas y cuchillo, objetos que pierden su literalidad para ser más trazos. Marie Laurencincon dos bellos cuadros que consignan su lirismo a partir de colores claros y texturas. Tamara de Lempicka con una experimentación en donde las cerezas son un pretexto para llevar esa pigmentación a todo el cuadro, con determinación, vigor.



            De la amplitud a la sencillez, de la penumbra a la luz; de la evidencia a la sugerencia llevan al espectador a distanciarse del estruendoso mundo exterior para concentrarse en esta especial experiencia.

La exposición Entre la vista y el gusto es como esos libros a los que se regresa y encuentra más elementos en cada lectura. Hay que ir y degustar, tanto cuanto sea posible: por su gratuidad, su calidad y por ser una colección del Museo Soumaya que, por primera vez, se presenta en México.