El escritor Juan García Ponce cumpliría noventa años, este 22 de septiembre. Su ciudad nativa, Mérida, aún le debe el enorgullecimiento adecuado. Nada existe en la urbe, con la suficiente visibilidad, para que cualquier visitante por lo menos sepa de este imprescindible autor. Se trata de uno de los grandes literatos del país y el mejor narrador erótico mexicano que ha existido.
La ausencia física de
Juan García Ponce se llena con el poderío de su obra literaria, reunida, desde
2003, en seis tomos, por el Fondo de Cultura Económica. Un surtidor que emana
pasión, libertad, humanidad, franqueza, ética: mucho de lo que falta en estos
días.
El desapego con Juan
García Ponce ¿proviene de sus temas, su irreverencia, o ambos? Quizá no se le
perdona su mordacidad en la alusión al hoy venerado Monumento a la Patria de
Mérida, en su última novela Pasado presente: «Empezó a construirse
frente a su casa, o sea al final del señorial Paseo Montejo, un siniestro
monumento que todavía existe, como prueba de que es siniestro y de que afea el
Paseo Montejo.
»—Lo hizo un escultor
colombiano con la piedra caliza de Yucatán. Tardó tanto porque esa piedra se
desmoronaba. Pero su paciencia y su para él desconocida voluntad de fealdad no
tenía límites —me decía Lorenzo riéndose—. El monumento se terminó como podemos
comprobar fácilmente con sólo ir a mi desfigurada ciudad natal». El comentario
forma parte de un ejercicio de imaginación, memoria, percepciones.
Pero la obra de Juan
García Ponce es vivaz, certera y monumental, siempre. Vence el tiempo exterior ordinario
para mantener su realidad interior extraordinaria. Porque si bien trabaja con
anécdotas y narraciones luminosas, incorpora reflexiones de vida. Sus
personajes actúan, pero disertan sobre sus actos. Pensar en el hecho de vivir
es una constante. Tal vez porque le daban poco tiempo de vida y duró el doble,
hasta los 71 años, con fervor literario.
En Figura de paja
deja atisbos sobre la incidencia de las circunstancias: «Es imposible actuar
sólo cuando sabemos por qué lo estamos haciendo. Nunca se pueden saber las
cosas de antemano, deja que pasen y trata de encontrar luego los motivos si
quieres».
De lo
fortuito que pueden ser los encuentros: «Las relaciones se van haciendo solas,
no se pueden forzar». De la firme determinación de hacer: «Se tiene la
ingenuidad de creer que con hacer una cosa puede hacerse imposible otra y no es
cierto». De necesidad de ser sinceros, transparentes: «Cuando dije que te
quería era verdad. No digo que te vaya a querer siempre, sino que en ese
momento te quería».
En Tajimara plantea
esa inercia por buscar complicaciones existenciales en donde no existen: «Componemos
todo con la imaginación y somos incapaces de vivir la realidad simplemente».
Señala esa otra tendencia de construir insatisfacciones: «Cualquier cosa es
mejor que una necesidad que nunca es satisfecha».
En La noche
comenta cómo la concentración en lo accesorio distrae de lo sustancial: «Estamos
siempre atentos tan sólo a los grandes sucesos y así no advertimos cómo se
desarrollan nuestras vidas ni mucho menos la naturaleza de nuestras pasiones
más secretas; por eso, cuando éstas se hacen evidentes y nos arrollan, la
sorpresa es mucho mayor y sólo más adelante podemos descubrir que la crisis
venía engendrándose desde años atrás y sus síntomas eran muy claros».
En Anticipación
describe la condición inasible del hecho de vivir: «Ésta es una sucesión de
acontecimientos a los que el recuerdo les quita su banalidad. Cuando existen en
el presente su maravilla y su única auténtica verdad es que no tienen
importancia. Es imposible recordarlos. No existen, no tienen ninguna
consistencia, ninguna materia, su única realidad es la imposibilidad de
recordarlos sin destruir lo que en verdad son: un instante, banal, absoluto, un
puro instante, sin otro peso que su categoría de instante: como la vida».
En Envío coloca su
reiterada inquietud hacia el ayer, hoy y mañana: «Es imposible vivir sólo en el
presente. El pasado no permanece como lo que fue, lo vence el olvido; pero su
triunfo consiste en una transformación dentro de la que sus huellas son mucho
más poderosas». Es rotundo: «Nadie tiene
futuro. El futuro no existe o más bien deja de ser futuro en el preciso
instante en el que ya existe».
En Enigma recuerda
que hay un reto permanente: «Las trampas que tiende la vida no desaparecen con
tanta facilidad»; o bien: «Para el hombre el miedo es una legítima defensa.
También a partir de él se puede empezar a dar pasos en busca de soluciones más
firmes».
En Retrato de un amor
adolescente habla de la complementariedad de sencillez y complejidad: «Así
de simple es la vida, por eso es tan compleja. Todas las posibilidades se
encierran en su acontecer. Ésa es la única verdad absoluta, o sea una ausencia
de verdades absolutas y un infinito número de posibilidades que al realizarse
toman el carácter de verdad absoluta».
En De Ánima insiste
en su admiración a la oportunidad de estar vivos: «La vida es maravillosa por
el simple lugar común de que jamás podemos suponer lo que va a ofrecernos y
luego es posible evocarla. Mientras menos importancia parece tener un suceso en
el momento en el que ocurre mayor sentido adquiere en la memoria».
En su gran proyecto que
integra todos los estilos narrativos utilizados por él en cuentos y novelas, Crónica
de la intervención, explicita su indagación y convencimiento vital: «La
vida es la oportunidad de comprobar qué es lo que va a suceder y que lo que va
a suceder suceda»; «Vivir es un regalo que nadie pide, pero que luego es casi
imposible rechazar»; «Uno no se debe adentrar en lo desconocido. Sin embargo,
lo desconocido es la vida y la vida no hace preguntas: nos lleva, sin guiarnos»;
«Nosotros no actuamos a la vida: la vida nos actúa».
Porque lo trascendental
es cada oportunidad vivida y aprovechada para estar, decir, permanecer, es
capaz de traducir en una frase un argumento: «Un instante es todo el tiempo». Lo
es.
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