Reflexiones con Juan García Ponce


DAVID SANTIAGO TOVILLA

El escritor Juan García Ponce cumpliría noventa años, este 22 de septiembre. Su ciudad nativa, Mérida, aún le debe el enorgullecimiento adecuado. Nada existe en la urbe, con la suficiente visibilidad, para que cualquier visitante por lo menos sepa de este imprescindible autor. Se trata de uno de los grandes literatos del país y el mejor narrador erótico mexicano que ha existido.

 

La ausencia física de Juan García Ponce se llena con el poderío de su obra literaria, reunida, desde 2003, en seis tomos, por el Fondo de Cultura Económica. Un surtidor que emana pasión, libertad, humanidad, franqueza, ética: mucho de lo que falta en estos días.

 

El desapego con Juan García Ponce ¿proviene de sus temas, su irreverencia, o ambos? Quizá no se le perdona su mordacidad en la alusión al hoy venerado Monumento a la Patria de Mérida, en su última novela Pasado presente: «Empezó a construirse frente a su casa, o sea al final del señorial Paseo Montejo, un siniestro monumento que todavía existe, como prueba de que es siniestro y de que afea el Paseo Montejo.

 

»—Lo hizo un escultor colombiano con la piedra caliza de Yucatán. Tardó tanto porque esa piedra se desmoronaba. Pero su paciencia y su para él desconocida voluntad de fealdad no tenía límites —me decía Lorenzo riéndose—. El monumento se terminó como podemos comprobar fácilmente con sólo ir a mi desfigurada ciudad natal». El comentario forma parte de un ejercicio de imaginación, memoria, percepciones.

 

Pero la obra de Juan García Ponce es vivaz, certera y monumental, siempre. Vence el tiempo exterior ordinario para mantener su realidad interior extraordinaria. Porque si bien trabaja con anécdotas y narraciones luminosas, incorpora reflexiones de vida. Sus personajes actúan, pero disertan sobre sus actos. Pensar en el hecho de vivir es una constante. Tal vez porque le daban poco tiempo de vida y duró el doble, hasta los 71 años, con fervor literario.

 

En Figura de paja deja atisbos sobre la incidencia de las circunstancias: «Es imposible actuar sólo cuando sabemos por qué lo estamos haciendo. Nunca se pueden saber las cosas de antemano, deja que pasen y trata de encontrar luego los motivos si quieres».

 

            De lo fortuito que pueden ser los encuentros: «Las relaciones se van haciendo solas, no se pueden forzar». De la firme determinación de hacer: «Se tiene la ingenuidad de creer que con hacer una cosa puede hacerse imposible otra y no es cierto». De necesidad de ser sinceros, transparentes: «Cuando dije que te quería era verdad. No digo que te vaya a querer siempre, sino que en ese momento te quería».

 

En Tajimara plantea esa inercia por buscar complicaciones existenciales en donde no existen: «Componemos todo con la imaginación y somos incapaces de vivir la realidad simplemente». Señala esa otra tendencia de construir insatisfacciones: «Cualquier cosa es mejor que una necesidad que nunca es satisfecha».

 

En La noche comenta cómo la concentración en lo accesorio distrae de lo sustancial: «Estamos siempre atentos tan sólo a los grandes sucesos y así no advertimos cómo se desarrollan nuestras vidas ni mucho menos la naturaleza de nuestras pasiones más secretas; por eso, cuando éstas se hacen evidentes y nos arrollan, la sorpresa es mucho mayor y sólo más adelante podemos descubrir que la crisis venía engendrándose desde años atrás y sus síntomas eran muy claros».

 

En Anticipación describe la condición inasible del hecho de vivir: «Ésta es una sucesión de acontecimientos a los que el recuerdo les quita su banalidad. Cuando existen en el presente su maravilla y su única auténtica verdad es que no tienen importancia. Es imposible recordarlos. No existen, no tienen ninguna consistencia, ninguna materia, su única realidad es la imposibilidad de recordarlos sin destruir lo que en verdad son: un instante, banal, absoluto, un puro instante, sin otro peso que su categoría de instante: como la vida».

 

En Envío coloca su reiterada inquietud hacia el ayer, hoy y mañana: «Es imposible vivir sólo en el presente. El pasado no permanece como lo que fue, lo vence el olvido; pero su triunfo consiste en una transformación dentro de la que sus huellas son mucho más poderosas».  Es rotundo: «Nadie tiene futuro. El futuro no existe o más bien deja de ser futuro en el preciso instante en el que ya existe».

 

En Enigma recuerda que hay un reto permanente: «Las trampas que tiende la vida no desaparecen con tanta facilidad»; o bien: «Para el hombre el miedo es una legítima defensa. También a partir de él se puede empezar a dar pasos en busca de soluciones más firmes».

 

En Retrato de un amor adolescente habla de la complementariedad de sencillez y complejidad: «Así de simple es la vida, por eso es tan compleja. Todas las posibilidades se encierran en su acontecer. Ésa es la única verdad absoluta, o sea una ausencia de verdades absolutas y un infinito número de posibilidades que al realizarse toman el carácter de verdad absoluta».

 

En De Ánima insiste en su admiración a la oportunidad de estar vivos: «La vida es maravillosa por el simple lugar común de que jamás podemos suponer lo que va a ofrecernos y luego es posible evocarla. Mientras menos importancia parece tener un suceso en el momento en el que ocurre mayor sentido adquiere en la memoria».

 

En su gran proyecto que integra todos los estilos narrativos utilizados por él en cuentos y novelas, Crónica de la intervención, explicita su indagación y convencimiento vital: «La vida es la oportunidad de comprobar qué es lo que va a suceder y que lo que va a suceder suceda»; «Vivir es un regalo que nadie pide, pero que luego es casi imposible rechazar»; «Uno no se debe adentrar en lo desconocido. Sin embargo, lo desconocido es la vida y la vida no hace preguntas: nos lleva, sin guiarnos»; «Nosotros no actuamos a la vida: la vida nos actúa».

 

Porque lo trascendental es cada oportunidad vivida y aprovechada para estar, decir, permanecer, es capaz de traducir en una frase un argumento: «Un instante es todo el tiempo». Lo es.