Sólo los talibanes atentan contra el patrimonio de la humanidad


DAVID SANTIAGO TOVILLA

Durante octubre y noviembre se han vandalizado pinturas famosas, joyas de los museos que las exhiben. La incursión más reciente ocurrió el sábado 5, en el Museo del Prado, en Madrid. Nada menos que los icónicos cuadros de Francisco de Goya: La maja vestida y La maja desnuda. Antes, fueron agredidas creaciones de Johannes Vermeer, en La Haya; Claude Monet, en Alemania; y, Vincent Van Gogh, en Londres y Roma.



Arrojar líquidos a los trabajos de quienes han contribuido a la historia del arte son sólo ideas y actos estridentes. La agresión a las obras no impactará en favor de la supuesta causa del combate al cambio climático. Ningún gobierno modificará sus políticas ambientales porque lleguen a afectar a una de estas apreciadas obras. Nada más piénsese en el manglaricidio —270 hectáreas arrasadas— cometido en la costa del golfo de México para construir una refinería. Ni toda la obra de Van Gogh destruida conseguiría detener empeños como esos.


 

Hay quienes empiezan a justificar el hecho de que las obras expuestas tienen vidrios de protección. No siempre es así, como es el caso de los inmensos cuadros de las majas, en España. Y la acción tiene más repercusiones. Se atenta contra el patrimonio humano y los derechos de todos. Se cierran las salas. Se retiran las piezas para su remozamiento y se privan a quienes armaron hasta una ruta de viaje para la apreciación estética. Museos con presupuestos limitados y establecidos tendrán que reconsiderar sus protocolos. Se verán obligados a implementar otras medidas, sin duda, con recursos que no disponen.

 

La alarma se eleva porque se trata de agredir las obras famosas, sen en una colección permanente o en una exposición temporal. Como ocurrió, en Roma, en donde el Van Gogh alcanzado forma parte de una exhibición abierta el 8 de octubre del 2022 y que concluirá en marzo del 2023. Un préstamo de las obras maestras del Museo Kröller-Müller al Palazzo Bonaparte.



Nadie está a salvo, en ninguna parte. ¿Qué pasaría si a alguien se le ocurre imitar esta sandez en lugares no tan especializados, pero a donde han llegado obras históricas de artistas de renombre? El afán protagónico obnubilado tiene imitadores, por desgracia. La escuela de absurdos challengues tiene consecuencias.

 

No hay ningún mérito en estas acciones. Sólo a los talibanes se les recuerda por haber destruido obras patrimonio de la humanidad. Y tampoco pasó nada cuando, en 2001, dinamitaron las enormes estatuas conocidas como Budas de Bámiyán, en Afganistán, cuya primera referencia documental data del año 630. Una mentalidad con la irracionalidad talibán puede considerar una riqueza arqueológica como piedras con falsos ídolos, para desaparecerla. Sí, son los mismos que, en pleno siglo XXI, prohíben a las mujeres ir a las escuelas, trabajar fuera del hogar, no usar zapatos de tacón y no hablar en voz alta.



Pretextar una causa no justifica las agresiones. La permisividad es lo que ha dañado al mundo y, en grado extremo, a sociedades como la mexicana. Su acción no pasará a la historia como un gran acto de activismo sino acciones cercanas al terrorismo. Recuérdese a Luis Veres: «El terrorismo está pensado para llamar la atención. El delito así́ se convierte en una exigencia, en una amenaza, en un mensaje encubierto y en un espectáculo. Todo muy parecido al teatro, porque el terrorismo es un teatro con mensaje». O a Fernando Savater: «El método terrorista consiste en atacar a fin de intimidar e imponer cambios en la actitud política, económica, religiosa o social. Todo terrorismo implica un chantaje: dame lo que te pido o atente a las consecuencias».

 

Es falso el debate de la pregunta «¿Qué vale más, el arte o la vida?». Más bien refleja el tamaño de la ignorancia para plantear una falsa disyuntiva. Ahí está la obra de Joseph Beuys llamada 7000 robles, en Kassel, Alemania. Fue una intervención artística, social y ecológica.


 

Lo relata Silke Thomas: «El mejor ejemplo del concepto extendido del arte es sin duda su contribución a Documenta 7, que tuvo lugar en 1982. Beuys apiló 7 mil bloques de basalto frente al edificio de exhibiciones principal de Documenta, el Museo Fridericianum. Eventualmente, debían ser “plantados” en la ciudad de Kassel, pieza por pieza, junto con un árbol. Beuys quería demostrar que algo muerto y rígido puede ser transformado en una forma viviente y vital.

 

«Con esta acción también quería declarar que las palabras no son suficientes, y que deben llevarse a cabo acciones si queremos avanzar en la conservación de la naturaleza. La Fundación de Arte Dia había participado en la financiación del proyecto y lo continuó en Nueva York, donde todavía pueden encontrarse algunos de los pares de bloques de basalto y árboles de Beuys».

 

Joseph Beuys transformó el entorno de Kassel en una labor que duró años, incluso más allá de su fallecimiento. Hoy, los robles y las pilastras son parte de la identidad de la ciudad. En 2004, la obra fue declarada patrimonio nacional de Alemania.

 

Desde el arte, Beuys dio un mensaje que ha trascendido generaciones. Lo hizo, de manera contundente, creativa, muchos años antes de que esos actuales agresores del arte nacieran.

 

Aventar sopas, salsas y pegarse a los marcos —que también son parte del patrimonio— a obras famosas sólo constituyen una teatralización lamentable e improductiva. Lo que necesitan es educación, formación en apreciación artística y lecciones de arte contemporáneo.