DAVID SANTIAGO TOVILLA
Se ha consensuado que el caricaturista Eduardo del Río, fue el educador político de generaciones de mexicanos. Rius abordó temas sociológicos, filosóficos y políticos con amenidad, desde la caricatura, para el alcance de todos. Estos esfuerzos son ocasionales.
Por eso debe decirse que Avelina Lésper es, hoy, con
mucho mérito, una educadora artística incomparable. En su canal de Youtube
comparte valiosos elementos de apreciación artística y los deja al alcance de
quien desee adquirir esos conocimientos. Una labor profesional, rigurosa, con
gran generosidad.
Lésper cierra el año con la publicación de su libro El
fraude del arte contemporáneo. Más que una novedad: un
suceso editorial que, con Amazon,
se facilita su adquisición inmediata. Desde hace años, circula una versión inicial
de este trabajo. Es más, hace un lustro, la propia autora colocó ese avance como
material descargable, gratuito, en su página: avelinalesper.com
Desde la última semana de noviembre, circula el
volumen publicado por Madre Editorial. Su distintivo es lo que caracteriza a
Avelina Lésper: una argumentación sólida para cualquier debate. En estos
tiempos, cuando la carencia de ideas se sustituye con insultos, diatribas y
descalificaciones, su escrito es un ejemplo de cómo hacer una exposición
puntual, informada y convincente.
Lésper, desde sus distintos espacios, hace una
decidida apuesta por la profesionalización del arte, como resultado de la indagación,
la preparación y el trabajo. Al mismo tiempo, con valentía, sin complacencia,
cuestiona todo aquello que en nombre de la denominación arte contemporáneo se
hace pasar como creación artística. Una etiqueta que suele usarse para
justificar cualquier ocurrencia, improvisación, desplante o falta de
imaginación; o también, para amparar el gasto de un fondo, beca o convenio.
Por eso, una buena parte de El fraude del arte
contemporáneo se ocupa en explicar y desmentir las creencias que sustentan
algunas producciones artísticas actuales. En particular lo que Avelina aglutina
en «arte VIP: Video, Instalación, Performance» mismos que considera «anestésicos de la belleza y la inteligencia».
Dentro de los dogmas señalados por Lésper, para erigir
a un engaño como arte, están:
El dogma del concepto:
«El dogma funciona porque esta idea es obedecida sin cuestionarlo, porque los ideólogos
de esta disciplina afirman: “Eso es arte”. Éste se convierte en una
superstición porque niega los hechos, basta creer para que el fenómeno de la
trasformación exista… Regresamos al estado más elemental e irracional del
pensamiento humano, al pensamiento que no necesita de la razón y está basado en
creencias».
El dogma de la infalibilidad del
significado: «Para ver la obra debemos renunciar a
nuestra percepción de la realidad y a nuestra inteligencia, y someternos a la
dictadura de una fe. Bajo un influjo religioso o mágico se nos pide ver lo que
resulta invisible para los demás. Este significado convierte en superior y
otorga un valor a lo que no vale, y algo más, da un estatus de intelectualidad
a quienes se suman al milagro invisible».
El dogma del contexto:
«Mientras los museos del arte verdadero crean su acervo con obras que aún fuera
de sus muros, siguen siendo arte, el arte VIP, llamado contemporáneo, requiere
de esos muros, de una institución, de un contexto para poder existir como arte
a los ojos del público. Esas obras no demuestran características
extraordinarias y necesitan que sea el contexto el que se las asigne. Toman
cosas de la vida diaria como cualquier objeto encontrado, hacen instalaciones
con muebles de oficina o instalaciones sonoras con ruidos en la calle y el museo
crea la atmosfera para que esos objetos que son réplicas literales de la
cotidianidad sin creación o representación se conviertan en algo diferente en
su naturaleza, transformándose en arte».
El dogma de todos son artistas:
En el arte VIP «todo lo que el artista haga es susceptible de ser arte —excrementos,
filias, histerias, odios, objetos personales, limitaciones, ignorancia,
enfermedades, fotos privadas, mensajes de internet, juguetes, etcétera—. Hacer
arte es un ejercicio pretencioso y ególatra. Los performances, los videos, las
instalaciones con tal obviedad que abruma, son piezas que en su inmensa mayoría
apelan al menor esfuerzo y en su nulidad creativa nos dicen que son cosas que
cualquiera puede hacer, Esa posibilidad, el “cualquiera puede hacerlo”, avisa
que el artista es un lujo innecesario. Ya no hay creación; por lo tanto, no
necesitamos artistas».
Avelina Lésper consigna doce dogmas que emplean para
hacer del arte contemporáneo el dogma incuestionable. El libro se enriquece con
variedad de apuntes: la autenticidad e imitación de las obras; el concepto como
alma de las obras; la imaginación y la creación como rebeldía de los seres
humanos; feminismo y arte; la arquitectura destructora de la individualidad; el
arte como anomalía que da sentido a su existencia.
Los razonamientos de Lésper motivan a realizar una
lectura dedicada, concentrada, para reconocerlos en la realidad o las
experiencias personales. Cada apartado es una cauda de reflexiones sobre las
dinámicas que contribuyen a convertir lo seudoartístico en un timo de gran
consumo. De ahí, su proclama: «Éste no es un libro, es una cruzada por el arte.
La cruzada por el arte es la defensa de la inteligencia, el talento, el oficio,
la vocación y la honestidad de la creación artística y la obra de arte».
Una cruzada que merece respaldarse porque los
artificios presentados son frecuentes y por doquier. En días recientes, en tres
ciudades de Yucatán, se presentó una edición del Festival Internacional de las
Luces México. Ahí pudo testificarse cómo basta con parar un conjunto de leds,
en las gradas de un renombrado museo y aplicarles la función audio rítmica,
para entretener a las personas. Parte de lo presentado no fueron más que luces
acomodadas para divertir como espectáculo pasajero, sin mayor trascendencia.
Pero se habla de obras y artistas.
Se observó eso que bien describe Avelina Lésper: «El
arte VIP no comunica, no transforma la realidad, no genera conocimiento,
encierra a la sociedad en un círculo sumiso que consume imágenes y contenido
elemental y simplista, de fácil asimilación para un entretenimiento abúlico».
El fraude del arte contemporáneo debiera llegar al mayor número de manos posibles. Sí, es más que
un libro: se trata de una herramienta sin par, para ayudar a discernir los
trabajos artísticos de las bufonadas. Un texto brillante por su invitación a
hacer uso del análisis y el pensamiento; y, por involucrarse en la formación y
el conocimiento.
Hay que leer, escuchar y seguir a Avelina Lésper porque, en momentos como los actuales, bien lo asienta: «el arte es un vehículo que nos salva de la barbarie ignorante, irracional y criminal».
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