DAVID SANTIAGO TOVILLA
Regresó la Feria Internacional de la Lectura Yucatán (FILEY). La feria vuelve con su esplendor acostumbrado: salas de presentaciones, estands repletos, interacciones por doquier. Siempre actividad. Exclusión del aburrimiento. Libros, muchos. El mundo bibliográfico no se detiene porque todos los días, a toda hora, alguien hace uso de un libro.
Aún en tiempos de inteligencia artificial, el libro
impreso tiene su lugar. Lo ha tenido y lo tendrá. Sí, «Leímos, leemos y
leeremos» como dice el lema de la actual edición de la FILEY. La mejor
prueba es ella misma: la mayor confluencia editorial en sureste del país. Lugar
obtenido con su profesionalismo, amplitud, convocatoria, actividades.
Con la FILEY regresan: las filas para ver la
conversación de un booktuber; la búsqueda dedicada en las mesas con
libros a costo de quince o treinta pesos; las ofertas de fanbook de las
series televisivas para guardar en físico esas historias que están en el
imaginario personal; la procesión para la firma de libros y fotografías con un
escritor muy conocido; las comparaciones de los expositores de ésta con otras
ferias nacionales pero todas tienen su identidad y dinámica; anuncios como la
inminente apertura de una sucursal de la editorial Almadía
con el concepto de casa de convivencia —como en Oaxaca— en un área de la Quinta
Montes Molina, en Mérida.
Con los años, la visita a una feria del libro se
vuelve un rito. Visitar puestos que han significado algo con anterioridad.
Revisar qué hay de nuevo en donde se han encontrado promociones en otra
ocasión. Hurgar en la amplia agenda para elegir presentaciones o pláticas que
orienten sobre qué días volver. Una visita siempre es insuficiente. En un día
se visualizan las posibles adquisiciones, ante el cúmulo de propuestas; en otra
jornada, después de discernir, se procede a las compras.
Toda edición de una feria deja anécdotas. El
conocimiento de personas que luego serán compañeros de trabajo. La compra
forzosa de un volumen de alguien que desea se lo entregues a una amistad, pero
es incapaz de obsequiárselo, con dedicatoria elogiosa incluida, pero que a la
menor circunstancia adversa le dedica diatribas por encargo. El reencuentro
gremial que termina en la cantina más cercana y hasta media noche.
En toda feria del libro, hay vida en sus pasillos. Tan
sólo andarlos se aprende. Ocurre el encuentro casual con un autor de quien se
acaba de leer un libro. El hallazgo de algún libro incómodo para la sociedad de
un lugar porque revela las razones de algunos de sus comportamientos que luego
se repiten de manera inconsciente. En el pecado de no leer, llevan la
penitencia.
Las ferias son lugares de encuentro. Converger con
quienes todos los años suelen ir a esos espacios para actualizarse en todo: ediciones
modernas para apuntes añejos, cotilleos del medio literario o el periodismo.
Toda feria de libro celebra a la palabra. Invade todo:
escritas en los cientos de volúmenes ofertados; instantáneas en los talleres,
las obras de teatro, las mesas redondas, las entrevistas para medios
audiovisuales.
Todo centrado en el mundo de los libros. Objetos omnipresentes
que suelen estar asociados a historias personales: dedicatorias de autores
recién fallecidos; regalos perdurables de tiempos muy distantes; páginas de
anotaciones en distintas etapas de formación o crecimiento; mensajero sorpresa
que regala trozos de papel depositados ahí algún día; testimonio de temas de
interés.
Una feria del libro también sirve para descubrir las
novedosas ediciones de los muchos libros para pensar y pocos para vibrar; para
conversar, de nuevo, desde sus letras de aquellos escritores cuya obra se
instala en la mente y esos otros, menos, que se inscriben en la vida.
La visita a la FILEY atrapa en ese fascinante mundo de
las letras. Posee la personalidad para ser referente al lado de las más famosas
ferias del país. Puede decirse, al iniciar el año: la cita es, primero, en el
Palacio de Minería de la Ciudad de México, en la organizada por la UNAM;
enseguida, en el Centro de Convenciones Siglo XXI de Yucatán, para la feria de
la UADY. Las otras ferias renombradas se desarrollan de octubre a diciembre.
¿Qué le falta a la FILEY? Tener la capacidad de
vincularse con la realidad mundial y ponerse a la altura de las circunstancias de
algunos de los grandes temas. Lleva lo internacional en su nombre.
Por estos días, al Premio Cervantes de las Letras,
Sergio Ramírez y a la poeta Gioconda Belli se les formalizó su destierro al
retirárseles la nacionalidad nicaragüense. Ramírez vive con una orden de
aprehensión desde 2021.
En lo que se interpreta como un respaldo decisivo al
escritor, la
Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara, de inmediato anunció a
Sergio Ramírez como coordinador literario de España en la edición que se
llevará a cabo en noviembre de este mismo año. Es darle el protagonismo central
a un autor perseguido. Para subrayar el contexto del nombramiento el aludido su
respuesta fue: «Lo haré desde mi perspectiva de escritor nicaragüense porque no
pierdo mi nacionalidad, y porque nadie me la puede quitar».
¿Y Gioconda Belli, multipremiada escritora y portadora
de la Orden de las Artes y las Letras en el grado de Caballero que otorga el
Ministerio de Cultura de Francia? ¿No pudo la FILEY hacer por lo menos una
videollamada para traerla a su público?
Le haría bien conectarse, en realidad, con el mundo y
sus palpitaciones.
Se ha iniciado la FILEY: la mayor fiesta de las letras de la península… Hasta el 19 de marzo.
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