Gerda Gruber: humanos devueltos a la naturaleza


DAVID SANTIAGO TOVILLA

 

Una canoa, en medio del vacío. Nada hay más que el objeto y el color blanco que inunda la estancia. Todo cesa. Sólo ocurre la concentración en ese encuentro. La nave parece flotar en esa amplitud, como atravesar dimensiones. Viajar hacia la inmensidad. Sumergirse en un sueño. Unirse a una comunidad ausente.

 

Allá van esas esencias traducidas en cientos de pequeños recipientes de arcilla. Cada representación va con su particularidad. La diversidad es el rasgo porque lo común se limita a la especie. Un viaje permanente: en los días terrenales, el peregrinar humano; tras la muerte, la reincorporación de la materia en la modalidad que cada usanza determine; en la reencarnación, continuar pruebas y perfeccionamiento espiritual para quienes comparten esa visión.

 

En esta canoa no hay solemnidad sino humanidad en tránsito. No pone distancia: refleja la vulnerabilidad y temporalidad de quienes observan. Todo es cercano. Lo cotidiano de la vida y la muerte se expresan en el bambú doméstico trenzado, la manta que cobija la carga ilustrada con infinidad de cruces.

 

Una embarcación como la imaginada por Dante para cruzar el río del dolor y trasladar a los fallecidos de una ribera a otra: de la vida a la muerte. Homenaje, ceremonia, comunión.

 

La pieza se llama «Navegar hacia» y forma parte de la exposición Puño, Palma, Pulso de Gerda Gruber, exhibida en el Centro Cultural Olimpo, de Mérida.

 

La muestra coloca a los humanos envueltos por y devueltos a la naturaleza. Más trascendental que estar es saber hacerlo para integrar los materiales a una obra. No se requieren artilugios sino sensibilidad para equilibrar lo que la materia prima revela y el creador induce.

 

Regresar a casa, al origen, a la contemplación, al encuentro de una nueva mirada sobre la textura de la ceniza, el color de las piedras, las sinuosidades de la madera, la utilidad del yute. Lo natural es impredecible, distante de la estandarización.

 

Un trabajo en bronce ilustra la capacidad de la escultora para que emerja la hermosura del metal sin estar aprisionada por una figuración habitual.

 

Acudir a la muestra es separarse, durante el recorrido, de la inmediatez y la distracción para devolver su lugar a las sensaciones y el pensamiento.

 

Puede verse hasta el mes de agosto.

 

www.davidsantiagotovilla.com