‘Carmen’ de Benjamin Millepied

DAVID SANTIAGO TOVILLA

En 2003, Vicente Aranda llevó al cine la obra Carmen, basada en el escrito de Prosper Mérimée. El texto fue publicado en 1845 y se popularizó treinta años después, cuando Georges Bizet le hizo ópera.

 

En consecuencia, el filme del director español se apega, con fidelidad, a la historia trágica de una pasional gitana. Su representación la lleva la guapa Paz Vega, quien acorde con el estilo de Aranda, busca subrayar su erotismo. Puede verse en una plataforma formal.


 

20 años después ¿Qué podría decirse? En estos días, se estrenó en salas la película Carmen de Benjamin Millepied: un trabajo diferente, original, peculiar. Una cinta que sólo registra algunas conexiones con la conocidísima tragedia andaluza, porque desarrolla su propio planteamiento.

 

El director no buscó hacer una versión más. Es su sello, búsqueda e historia. Lo más complejo es que trabaja en la articulación de tres lenguajes: el cinematográfico, la danza y la música. La conjunción de estas expresiones genera una película que conecta con distintos sentidos: por lo narrado, lo visto y escuchado.

 


Los sucesos ocurren movidos por la emoción musical. Su calidad es impresionante. Coros, violines, cellos concebidos por Nicholas Britell para ser parte de esa experiencia cinematográfica. No hay vacíos porque la música está ahí, para continuar la narración. Esa composición sucesiva acompaña al espectador una vez acabado el filme.


 

Hay una insistencia en el cuerpo en movimiento. La danza, el ballet, se emplean en la cinta para transmitir su propia intensidad y de los momentos. Es un torbellino de sensaciones porque es un caudal de signos corpóreos. Eso que suele ir a verse como en un espectáculo específico aquí está incorporado con esa fuerza. No es escenografía: se encarga de asumir la historia cuando le toca narrarla.

 

Desde esa composición estética, se abordan diversos temas de fondo. Sí, es profunda en contenido: los acontecimientos se sitúan en la frontera mexicana-americana. Con ello, las alusiones a la ausencia de Estado que se vive en México y permite a los delincuentes disponer de territorios, bienes y personas. El drama migrante que a veces responde a una cuestión de vida y pone a las personas en la mira de los fanáticos que los cazan a tiros. Hechos y consecuencias de todo tipo.


En Carmen están los temas universales. La vida es una lucha cotidiana por ir al siguiente paso. Nunca es una senda trazada: va por rumbos inesperados. El amor puede surgir en la adversidad si proviene de la sinceridad.  La vida es como ocurre y en ella hay felicidad y tristeza, de manera impredecible. La muerte como recién se comentó con Murakami— no es lo opuesto a la vida, sino que forma parte de ella.

 

Los principales personajes son encarnados por Rossy de Palma, una chica Almodóvar; la mexicana Melissa Barrera quien, a pesar de tener más una carrera comercial, tiene un buen desempeño. Y qué decir del talento de Paul Mescal, candidato al Oscar como mejor actor, en 2022, por Aftersun.

 

Carmen de Benjamin Millepied es un filme inusual, propositivo. Hay que verle.

 

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