Cartas eróticas

DAVID SANTIAGO TOVILLA

Vivir al instante ha propiciado pérdidas como la de escribir textos personales que venzan el tiempo. La mensajería instantánea resuelve todo. Ya no hay necesidad de compartir algo a través de escritos detallados, en donde se consignen vivencias, emociones, pasiones.

 

Ahora, las cartas son una rareza, porque todo se cuenta desde una historia o un posteo. Y ambos tienen relación con una imagen personal. La misiva privada, personal, es algo diferente en donde hay oportunidad para la naturalidad, la franqueza, la confidencia.

 

Regresar a leer las intensidades pasadas, décadas después, es hoy sólo una idea y ocurre más en series y películas que en la realidad.


Nicolas Bersihand se dedicó a hurgar en la correspondencia, hoy pública, de personajes famosos. Armó el volumen Cartas eróticas: Las joyas epistolares más íntimas y pasionales de las grandes figuras de la historia que empezó a circular este 2023, con el sello Ediciones B.


El libro busca ser una celebración del erotismo a partir de expresiones espontáneas, encendidas y libres hacia sus parejas.


Están las palabras del escritor Guy de Maupassant para cancelar una cita por un encuentro amoroso: «Me veo obligado, absolutamente obligado, a dejarte plantado mañana por la noche. Prefiero contarte la verdad a inventarme algún cuento. Una mujer por la que se me empina desde hace bastante tiempo y que se ha cerrado en banda a todos mis intentos de acercamiento quiere cenar conmigo y promete... Eso es, lo sabes, ¿verdad?, un hombre empalmado ya no tiene palabra, y no me lo reprocharás».


El científico y político Benjamin Franklin da consejos a un amigo: «Te reitero mi anterior consejo de que en todos tus amoríos te decantes por las mujeres mayores y no por las jóvenes.


»Porque como tienen más conocimiento del mundo y sus mentes, están mejor preparadas para la observación, su conversación es más agradable y duradera. Porque, debido a su mayor experiencia, son más prudentes y discretas a la hora de llevar a buen puerto una intriga para evitar sospechas».


La presentación de las capacidades propias de una mujer hacia un hombre: «Es cierto, nunca os he descrito mi boca ¿cómo es? No es ni demasiado grande ni demasiado pequeña; es justo como debe ser para tener un aire goloso. Los labios, de piel translúcida, son de un rosa suave y parecen siempre a la espera de un beso. Tengo los dientes bien colocados, pequeños y brillantes. Como ya me han dicho, mi boca, señor, es fresca. Sabe besar de todas las formas que se le presentan o que ha fantaseado con probar. Sus besos pueden ser tiernos, apenas se entreabre y la lengua no es más que una caricia dulce y lenta; pueden ser apasionados, impacientados por el deseo, voraces y siempre insaciables; lascivos, la transforman en un sexo abierto que tomar, que forzar y colmar».


Dentro de los fragmentos más reveladores, están los intercambios entre Luisa de Coligny-Chatillon, mejor conocida como Lou y el poeta Guillaume Apollinaire. Él escribe: «Lou, cuando pienso en ti, me empalmo de un modo inefable, todo mi ser clama amor, el amor eres tú, tú en todo: tus cabellos de fuego, tus queridos ojos profundos y dulces, la ternura consentidora de todo tu cuerpo, la dulzura maravillosa, deliciosa, de tu saliva, el sabor de tu carne secreta tan inflamada, las torsiones de tu cuerpo.


»Me parece que te penetro por todas partes, incluso donde te da miedo. Me parece verte ya cuando ascendamos en la escala del amor y todas las locuras abran sus esclusas para arrastrarnos en la corriente de la pasión. Lou, todos los torrentes de mi ser discurrirán en ti; quiero cansarte de todas las formas posibles y que pidas clemencia a tu amante, que solo te la concederá si le place. Te adoro, te beso».


Lou le corresponde: «Mi querido Gui, estoy enferma de excitación... y te quiero con locura... No puedo más...; te escribo rápido, con la tremenda impaciencia que me produce estar sola en mi pequeña cama, con la luz apagada, y amarte perdidamente y tocarme toda la noche..., toda la noche hasta que me desmayo... [...] Poséeme por completo, totalmente, profundamente... Te quiero con locura..., y me encuentro en tal estado de deseo y de pasión que, si estuvieses aquí esta noche, no necesitarías tomar a la fuerza ni esta caricia..., me tendería sobre el vientre con docilidad, amorosamente... Me penetrarías voluptuosamente, profundamente... Y yo moriría de dolor, de goce y de amor bajo esa caricia nueva..., y nos desvaneceríamos los dos, mi amor, en el espasmo demasiado violento... ¡Gui, esta noche no puedo más!»


El talentoso Mozart habla de su urgencia sexual a su prima Constanze: «Asea tu adorable nido para mí, ya que mi pequeño tunante se lo merece, se ha portado bien y solo quiere poseer tu más hermoso... Imagínate al granuja: incluso mientras escribo, se acerca sigilosamente a la mesa y me mira de manera inquisitiva, pero no lo tolero y le doy un cachete rápido, pero el chaval es simplemente... El granuja está que arde, ahora aún más, y apenas puedo contenerlo por más tiempo».


Provenientes del libro La pasión de Mademoiselle S se consignan las cartas que la protagonista escribe a su amante Charles: «Sí, somos muy marranos, amor mío, pero ¡cuánto hemos disfrutado también! Hemos probado todas las caricias perversas y nos hemos quedado con las mejores. Ya no ignoramos nada, creo, de los secretos del amor, porque desde hace quince meses ascendemos en los niveles de la escala del vicio con una calma pasmosa. Creo que ya no nos queda nada que aprender, mi tesoro. Dentro de un año, ¿qué más vamos a hacer?»


Cómo podría faltar la relación entre los escritores Henry Miller y Anaïs Nin. Ella: «Solo en ti he encontrado el mismo aumento de entusiasmo, el mismo rápido ascenso de la sangre, la plenitud… Prácticamente solía pensar que había algo malo en mí. Todos los demás parecían andar con el freno puesto… Yo nunca siento el freno. Yo me desbordo. Y cuando siento tu entusiasmo por la vida enardecido, junto al mío, entonces me da un poco de vértigo».


Él: «No esperes que siga estando cuerdo. No seamos sensatos. Salí con trozos de ti pegados a mí; camino, nado, en un océano de sangre, tu sangre andaluza, destilada y tóxica… No veo cómo puedo seguir viviendo lejos de ti; estos intervalos son la muerte. No tienes solo treinta años, tienes mil. Aquí estoy de vuelta y ardiendo todavía de pasión, como el vino ahumado. Ya no un deseo por la carne, sino un hambre total por ti, un apetito devorador».


La artista Marguerite Burnat-Provins escribe a su amante: «Deja que grite. Más, más. Yo no soy hermana de esas mujeres de mirada gélida que se callan. Yo tiendo las manos imperiosas para estrujar y retorcer, la boca voraz para saborear esencias embriagadoras. Lanzo mis pupilas voluntariosas hacia la vida, hacia el amor y hacia ti; arrojo mi deseo como el pescador, en el río, lanza el esparavel. Nunca me saciaré de tu carne luminosa. No me digas nada. Extiende los brazos. Déjame gritar».


Ahí están las palabras de Manuelita Sáenz, la libertadora del libertador Simón Bolívar: «Mi genio, mi Simón, amor mío. Amor intenso y despiadado. Solo por la gracia de encontrarnos daría hasta mi último aliento, para entregarme toda a usted con mi amor entero; para saciarnos y amarnos en un beso suyo y mío, sin horarios, sin que importen el día y la noche, y sin pasado, porque usted, mi señor, es el presente mío, cada día, y porque estoy enamorada, sintiendo en mis carnes el alivio de sus caricias. Le guardo la primavera de mis senos y el envolvente terciopelo de mi cuerpo, que son suyos».


Tonos diversos, lenguaje figurado o descriptivo, deseo o desenfreno se encuentran en Cartas eróticas: Las joyas epistolares más íntimas y pasionales de las grandes figuras de la historia. El testimonio de que la pasión sexual mueve a los humanos en cualquier tiempo, lugar y actividad.

 

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