DAVID SANTIAGO TOVILLA
Como todos los días, Jorge Ramón Euan Ayala llegó muy temprano al Mercado Lucas de Gálvez, en Mérida. Empezó el paciente traslado de las verduras a los puestos. De buen ánimo, siguió la rutina. Ir y venir. Trasladar un saco, otro. Las cebollas llegaron a un punto. Hay que llevarlas a su sitio de exhibición, para continuar esa cadena de consumo de la que forma parte. Hasta ahí llegarán otras manos para colocarlas en bolsas, morrales, contenedores. Irán hacia hogares, restaurantes, puestos callejeros.
Jorge Ramón llega con el entusiasmo que le
caracteriza. Gusta de su trabajo, reflejado en el silbido rítmico que suele
emitir. Constancia y rutina le proporcionan tiempos específicos. Avanza. Es la
hora del desayuno. Recuerda que un fotógrafo le hizo una invitación para
visitar su local, así como está, en medio de su faena. Es más, debe acompañarse
de uno de los bultos que suele trasladar. Qué más da dedicar un tiempecito.
Así, lleva un costal consigo. A ver qué resulta…
Resultó en una de las decenas de fotos que se exhiben
en la Capilla del Museo Palacio Cantón. Es parte de la exposición de Pim
Schalkwijk denominada U’ulab, visitante en maya. El creador tuvo la
sagaz idea de ocupar un local en el mercado, integrarse a esa comunidad y vivir
el activismo que ahí se desarrolla. Por ese espacio desfilaron personas con muy
variadas edades, perfiles, actividades, unidos por su presencia en uno de los
sitios de mayor confluencia social heterogénea.
Schalkwijk consiguió traducir en fotografías la humanidad que subyace en innumerables acciones en un mercado. Consignar la variedad de expresiones de vida en ese espacio de intercambios y encuentros. El logro del fotógrafo se magnifica al trabajar en blanco y negro. Por lo general la vivacidad del mercado está en su colorido. Pim desecha una idea cromática, vistosa, para erigir verdaderos documentos sociales, humanos.
Cada fotografía de Pim Schalkwijk refleja el universo
que acompaña a los individuos. Esa riqueza sustancial obliga a detenerse para
decodificar elementos, rasgos, expresiones. Los personajes más que posar, detuvieron
un momento su quehacer. Esa cotidianidad que el talento del fotógrafo transformará
en arte, a través de su capacidad para transmitir vitalidad y movimientos,
desde una imagen estática.
Por eso la exposición cuenta tantas historias como se
puedan generar a partir de la experiencia personal, la imaginación u otros. ¿En
qué piensa Mirza, la mujer policía de grandes cejas? ¿A dónde va Estefany,
alegre con esa gran cacerola? ¿El pequeño Miguel Armando ha comprado o entrega
esa piña que sujeta con las dos manos? ¿Samuel apenas ha llegado para vender
sus hamacas o pasó la mañana y aún no ha sacado alguna? ¿En cuánto debe ofrecer
doña Amalia el casillero de huevos que la inflación ya no permitió bajar su
precio? ¿Cuál es el destino de esos grandes bloques de hielo que lleva Luis
Enrique? ¿En qué pared terminarán los cuadros La última cena o San
Judas Tadeo que promueve Héctor? ¿Quién ocupará en unos minutos más esa
silla para que Manuela le recorte el cabello?
Son las personas y los objetos vinculados a sus
oficios: el diablito de Alejandro y María, el antiguo reloj de pared de César, la
enorme pesca de Ángel, la virgen casi de la misma estatura de doña María Luisa,
los cocos de Ruli, el asador de Daniel, las sandalias de José Artemio, el
yunque zapatero de Gabriel, los ramos de flores de Emilia y Jade. Muchos elementos.
La riqueza de la diversidad. Todo cuenta porque en esa totalidad está la vida
en horas de mercado.
El gran trabajo de Pim Schalkwijk puede apreciarse hasta el mes de noviembre, pero es una cita impostergable, imperdible.
Conexiones