DAVID SANTIAGO TOVILLA
Aquí están: ese uso reiterado de signos y símbolos. Esa exploración del círculo como tal y en formas caprichosas. La apuesta por los elementos que, solitarios, retan la inmensidad del espacio del cuadro. Es obra de Joan Miró expuesta en el Centro Cultural Olimpo de Mérida, de enero a mayo de 2024.
Trazos esenciales que no buscan una significación sino provocar una asociación del espectador con sus vivencias personales.
Colores vivos, puros, que no se mezclan porque el resultado está en respetar sus fronteras.
Experimentar con el color y la forma: un trapecio acá, triángulos allá, rectángulos y los círculos estirados.
Construcciones que, en su mayoría, en esta muestra, son gratas. Composiciones que, a golpe de vista, se sabe de quién se trata. Rasgos de su identidad pictórica que se reiteran en las estampas.
Miró documenta que los colores puros, en sí, tienen vida.
Un estilo que es como regresar a la infancia para descubrir a través de referencias y formas someras, imperfectas.
Contrastes de dimensiones, pigmentos, áreas.
La prioridad de la apreciación y la imaginación por encima del discernimiento y la racionalización.
Aquí está, en Mérida, ese Joan Miró de la fábula poética de Octavio Paz:
El azul estaba inmovilizado, nadie lo miraba, nadie lo oía:
el rojo era un ciego, el negro un sordomudo.
El viento iba y venía preguntando ¿por dónde anda Joan Miró?
Estaba ahí desde el principio pero el viento no lo veía:
Inmovilizado entre el azul y el rojo, el negro y el amarillo,
Miró era una mirada transparente, una mirada de siete manos.
Siete manos en forma de orejas para oír a los siete colores,
siete manos en forma de pies para subir los siete escalones del arco iris,
siete manos en forma de raíces para estar en todas partes y a la vez en Barcelona.
Conexiones