El 6 de mayo, la Universidad de Columbia anunció los Premios Pulitzer 2024.
La gran noticia fue que la escritora mexicana Cristina Rivera Garza obtuvo el galardón en la categoría de Memorias o autobiografía El verano invencible de Liliana: la búsqueda de justicia de una hermana.
El Pulitzer reconoce un trabajo construido con el dolor permanente por la pérdida, la indignación por la falta de justicia, el compromiso con familias que padecen una situación similar y el llamado a las mujeres a mantenerse alertas para no ser una cifra más en un país que no avanza en el combate al feminicidio.
Es el reconocimiento a la palabra, la persistencia, la convicción frente a una injusticia, materializada en un extraordinario texto de Cristina Rivera Garza.
El verano invencible de Liliana es la recuperación de múltiples aspectos relacionados con la hermana menor de la escritora, asesinada por Ángel González Ramos, en junio de 1990. Su riqueza es la combinación de hechos presentes del caso, la conexión con la lucha social contra el feminicidio, la evocación a la plenitud de Liliana. Un texto vibrante que trasciende los géneros de escritura empleados en su confección.
Una voz empática: «Somos ellas en el pasado, y somos ellas en el futuro, y somos otras a la vez. Somos otras y somos las mismas de siempre. Mujeres en busca de justicia. Mujeres exhaustas, y juntas. Hartas ya, pero con la paciencia que sólo marcan los siglos. Ya para siempre enrabiadas».
Un ejercicio reflexivo: «¿Se puede ser feliz mientras se vive en duelo? La pregunta, que no es nueva, surge una y otra vez durante esa eternidad que es el quebranto. Se habla mucho de la culpa, pero no lo suficiente de la vergüenza. La culpa del sobreviviente puede atraer una sospecha acaso saludable, un titubeo incluso razonable, acerca del placer, del gusto, de la compañía. La vergüenza es una puerta cerrada a piedra y lodo. Pocas actividades requieren más energía, tanta atención al más mínimo detalle, como odiarse a sí mismo. Es una tarea milimétrica. Agotadora. De tiempo completo. Durante los primeros años de su ausencia, cuando los años se fueron acumulando uno sobre el otro y todavía era imposible siquiera pronunciar su nombre, fue fundamental prohibirse cualquier actividad que pudiera interrumpir la danza de la vergüenza y el dolor».
Una verdad que no admite matices: «el hombre al que nunca apresaron; el hombre que, libre hasta el día de hoy, no ha tenido que enfrentar a la ley ni pagar por su crimen. El hombre impune».
Un hallazgo estruendoso: «También los expedientes mueren, murmuro. La rabia se parece mucho a la resignación. La impotencia al espanto».
Un señalamiento para ayer y ahora: «Ante lo inimaginable, no supimos qué hacer. Ante lo inconcebible, no supimos qué hacer. Y callamos. Y te arropamos en nuestro silencio, resignados ante la impunidad, ante la corrupción, ante la falta de justicia. Solos y derrotados. Solos y desechos. Triturados. Tan muertos como tú. Tan sin aire como tú. Y, mientras eso pasaba, mientras nos arrastrábamos por debajo de las sombras de los días, se multiplicaron las muertas, se cernió sobre todo México la sangre de tantas, los sueños y las células de tantas, sus risas, sus dientes, y los asesinos continuaron huyendo, prófugos de leyes que no existían y de cárceles que eran para todos excepto para ellos, que contaron desde siempre con el beneplácito de la duda y la disculpa anticipada, con el apoyo de los que culpan sin empacho a la víctima e incluso ahora, después de tantos años, todavía cuestionan la decisión de la chica, la falta de juicio de la chica, la tremenda equivocación de la chica».
Una declaración afectiva: «Vivir en duelo es esto: nunca estar sola. Invisible pero patente de muchas formas, la presencia de los muertos nos acompaña en los minúsculos intersticios de los días. Por sobre el hombro, a un lado de la voz, en el eco de cada paso. Arriba de las ventanas, en el filo del horizonte, entre las sombras de los árboles. Siempre están allá y siempre están aquí, con y adentro de nosotros, y afuera, envolviéndonos con su calidez, protegiéndonos de la intemperie. Éste es el trabajo del duelo: reconocer su presencia, decirle que sí a su presencia. Siempre hay otros ojos viendo lo que veo e imaginar ese otro ángulo, imaginar lo que unos sentidos que no son los míos podrían apreciar a través de mis sentidos es, bien mirado, una definición puntual del amor. El duelo es el fin de la soledad».
Todo ha valido la pena para la escritora: resistir, indignarse, compartir, universalizar una adversidad en lugar de derrotarse. Que el Pulitzer de Cristina Rivera Garza para Liliana se refleje en nuevos lectores y muchas ediciones agotadas. ¡Felicidades!
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