Fotografía: Marco Zuppone
Ganó Donald Trump la presidencia de Estados Unidos. Sin embargo, no es un simple hecho consumado. El triunfo está asociado a un cambio en el perfil de los gobernantes. Hay más permisividad para no actuar con ética, menos exigencia de responsabilidades concretas; mayor poder de las palabras, menor importancia a los hechos comprobables.
En una de las elecciones con mayor seguimiento, ganó un político de los que tienen récord por mentir sin remordimiento: 30 mil mentiras durante su primer mandato, verificado por The Washington Post e Independent. CNN expuso que, en octubre de 2024, «dijo una gran cantidad de mentiras sobre una gran cantidad de temas en el último mes de la elección presidencial. Pero está mintiendo con más frecuencia, por mucha diferencia, sobre inmigración».
Los electores le otorgaron el voto a un personaje que enfrenta cargos por delitos graves, al pretender alterar los resultados de la elección presidencial de 2020. La victoria de Biden fue corroborada, pero él construyó para sus seguidores la historia de un robo electoral.
El voto, ahora sí mayoritario, de los estadounidenses fue para un actor que desestima el marco legal. Una persona quien es capaz de promover el desacato y hasta la violencia para retener el poder al modo que sea. Tal como puede desprenderse de su discurso de arenga cuando el Congreso de aquella nación certificaba los resultados presidenciales que le fueron adversos.
Así, con el triunfo de Trump, el mensaje de los electores es que no importan los atributos adversos de quienes gobiernan: la mentira como instrumento, la voluntad personal por encima de las instituciones, la diatriba y el encono como discurso sistemático. Importa que se conecte con los intereses circunstanciales reales o adquiridos gracias a la astucia de estos liderazgos. Interesa que defienda el odio inoculado hacia todo aquello a lo que se teme.
Bien expone Paula Sibilia en su novedad editorial Yo me lo merezco la manera en que se otorga valor a las palabras de los políticos, en los tiempos modernos: «El criterio para diferenciar esos relatos de la mentira o la ficción es uno solo: yo. Si lo creo, si me gusta, si me conviene, si mis amigos concuerdan, si mi burbuja me acompaña, si resuena en mi cámara de eco, si lo prefiero, si se me da la gana, entonces es verdad. Al fin y al cabo, yo me lo merezco. ¿O no?».
¿Qué viene con el triunfo de Donald Trump y un perfil que se sustenta en la manipulación de los temores para polarizar con la exacerbación del odio? Una respuesta puede ser la de Toni Aira, en La política de las emociones: «Algunos autores defienden que este odio puede servir para ganar las elecciones pero no para gobernar. Coincido con ello, si se refieren a gobernar en clave de servicio y de trabajo constructivo para la ciudadanía, para una sociedad, para un país o para un conjunto de ellos. Difiero, en cambio, si por gobernar se entiende la ocupación del poder, porque eso, máxime en tiempos de campaña permanente, se puede hacer perfectamente y de forma efectiva con la generación calculada de odio y con una buena identificación de públicos a quienes dirigirlos».
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